Escribí el post anterior del mismo título viniendo, muy cansado, del trabajo. Costu, con gran cortesía, me consuela de la amargura que destila el laconismo del texto. Quizá sea mejor que me explique.
Me encanta mi trabajo, me ha encantado siempre, sobre todo con alumnos que se dejan enseñar. A este respecto hay cuatro tipos de alumnos:
— Los que muestran desde el principio pasión e interés: una gozada.
— Los que desconocían la materia, pero según la van conociendo se convierten en alumnos del tipo anterior.
— Los que, movidos por unas u otras causas cumplen con lo mínimo.
— Los irreductibles.
Los dos últimos tipos suelen sumar más del cincuenta por ciento de las clases: eso cansa.
Creo haber logrado con el tiempo dotar a mis clases de una metodología y unos contenidos muy particulares y atractivos. Las limitaciones impuestas por la necesidad de atenerme a normativas tales como la LOGSE me impiden realizar un trabajo auténticamente innovador. Si se me puede acusar de pretender tener algunos grupos de alumnos como conejillos de Indias para realizar la prueba de si mis ideas funcionan, contestaré que no otra cosa, con menor fundamento y conocimiento se realiza con las aludidas normativas. Eso también cansa.
Ordenadores, PDAs, pizarras electrónicas, impresoras y acceso a Intenet en cada aula…, comparten características con Sherlock Holmes y Orfeo: son seres de ficción. De nuevo, cansancio.
Formación continua: posibilidad de remozar mis conocimientos o aportar el escaso o enorme granito de arena del que sea capaz por medio de trabajos de investigación. Se me ofrecen hermosos curso de informática —lástima, ya sé manejar un procesador de textos o un programa de edición de partituras— o de otras cosas nada específicas de mi especialidad. La posibilidad de conseguir un año sabático para un proyecto de investigación es sólo ligeramente superior a la de que me toque la lotería. Si algo de bueno he conseguido en estos años quedará sin explorar y sin escribir. Cansancio.
Quejas de alumnos del tipo cuatro (ver arriba), de sus padres… Pocas, pero siempre crueles y malintencionadas (en razón de su propia falta de fundamento, que solo deja pie al ataque personal). Cansancio.
Puesto que todos los profesores de Conservatorio somos, aparentemente, capaces de todo, impartición de asignaturas que no corresponden a mi vocación, a veces ni a mi preparación. Cansancio.
De vez en cuando, no tan infrecuentemente, uno se encariña con alumnos y alumnas que muestran interés, pasión… A los pocos años desaparecen de mi vida. Cansancio.
En conjunto, no me quejo. Los buenos ratos han sido más que los malos. En algunos sentidos (en menos de los que se atribuyen a los profesores) me considero privilegiado. Tengo recuerdos muy buenos y un inmenso orgullo por los logros de muchos de mis ex—alumnos. Sólo quisiera, por un año, no tener que impartir clases, para tener una renovada energía ante los otros veinte años que quedan antes de mi jubilación. O al menos algo de libertad para impartir lo que creo y sé que sería mejor y más efectivo. Para terminar, un vínculo, si no del todo relacionado, curioso.