Una de gangsters

El cuerpo del Capo reposaba sobre una mesa del salón, algo apartado de la mesa principal, a la que se sentaban los sospechosos y el conseglieri de conseglieris, que había recibido del Consejo de las Familias el encargo de encontrar al culpable. Lo único que las Familias no necesitaban en esos tiempos era otra guerra de asesinos. La policía había sido minuciosa tras la última de las confrontaciones, y sólo recientemente la estructura de poder se había ido reconstruyendo. Una batalla entre dos Familias hubiera sido desastrosa. El Consejo de las Familias había sido tajante: el asesino debía ser encontrado y castigado para dar un ejemplo que nadie olvidara. Y un nuevo Capo debía ser elegido para garantizar la continuidad del poder.
En un rincón, un recién nacido, el hijo del difunto Capo y la más reciente de sus amantes, jugaba entre los barrotes de su cuna. Movía su sonajero, proporcionando un contrapunto banal al silencio asfixiante que rodeaba la tensa reunión alrededor de la mesa principal.
— Bien, damas y caballero. —dijo el conseglieri de conseglieris—. He hablado con cada uno de vosotros. He determinado los posibles motivos de cada uno para querer ver muerto al Capo, y tengo la certeza de que el asesino está, ahora mismo, en esta habitación. Os contaré mi razonamiento, determinaré quién es culpable y dictaré una sentencia oportuna. Una sentencia contra la que no cabrá apelación alguna.
—Consigleri —dijo Chris Is, la última amante del Capo—. Nada de lo que pueda usted haber elucubrado podrá convencerme de que la culpable no es la esposa del Capo. Pocas mujeres podrían resistir la tentación de vengarse de un hombre que las deja por unos muslos más firmes, una actitud más apasionada, y una turgencia más abundante y repartida…
—¡Zorra! —Contestó la esposa del capo. — ¡De sobras sabía de los devaneos que se traía contigo! ¡Bien descansaba yo de sus torpes abrazos mientras él ensoñaba contigo! No te olvides de que los guardaespaldas sirven igual para proteger otras partes del cuerpo, y mis necesidades estaban bien satisfechas.
— Señoras — dijo el conseglieri de conseglieris—, mantengan la calma. Es cierto que la amantísima esposa del Capo es una sospechosa principal. La aguda falta de crédito del Capo, lograda en gran medida por los torpes manejos de su consiglieri, GB, aquí presente, era suficiente como para hacerle pensar en la más extrema de las pobrezas en un futuro próximo. Todo ello por no hablar de los afanes de venganza de otras familias, conducidas por esos malos manejos económicos a la escasez y la penuria. Sin embargo, al no haber testado todavía el Capo, su herencia iría por defecto al recién nacido que ocupa esta cuna aquí al lado. ¡Observad como juega con sus dados de madera! Debe ser bien inteligente. Eso me lleva, con pesar, a descartar a la esposa del Capo como sospechosa.
— Eso es tanto como decir que Chris o yo somos los culpables, —dijo GB—. Por mi parte, se diga lo que se diga, yo hice caso escrupulosamente de lo que me dijeron mis asesores . Si tengo culpa en elegirlos mal, no la niego. Pero en nada medraron mis bolsillos con ello. Me siento tan inocente como ese niño, que tan ocupado anda con su rompecabezas.
—Queda tranquilo, George, — dijo el conseglieri de conseglieris. No sospecho de ti. A tu estilo bobalicón, eres la medida de un hombre leal, aunque ni tú mismo sepas a quién o qué lo eres, ni aunque esa lealtad sirva de otra cosa que para la eterna vergüenza de a quién sirvas.
—¡Pedazo de…! —Prorrumió GB—.
—¡Calla, GB!, —interrumpió Chris— parece que el conseglieri de conseglieris ya tiene un culpable en mente, y parece que soy yo. Lo siento, cariño, pero tendrás que mirar en otra parte. Odiaba al viejo baboso. Sólo con el mayor de los ascos consentía sus caricias, siempre por el bien de mi hijo, tan inteligente que allí anda, hojeando los libros de cuentos que el consiglieri le ha comprado. Pero jamás le hubiera matado. Su fortuna iba a ser el capital con que el pobre angelito comenzara su vida.
—No muñeca, no sospecho de ti. Dije que el asesino se hallaba en esta habitación, pero no dije que fuera alguno de vosotros.
—¡Entonces eres tú! —Chilló la esposa del Capo— ¡Maldito bastardo! ¡Era un viejo asqueroso pero me había acostumbrado a él!
—No, te equivocas. No fui yo el asesino. Nada tenía que ganar con ello. Ni Chris ni tú, mujeres compartidas del difunto, que más teníais que ganar con su vida que con su muerte. Ni el viejo GB, qué sólo mediante el apoyo explícito del Capo hubiera podido enmendar sus errores y enmendar su reputación.
—Eres absurdo, consiglieri, dicicendo que el asesino se halla presente y exculpándonos a todos. No sé que artimañas traes bajo la manga, pero te aseguro, como me llamo Chris, que no te han de servir de nada si llamo al Consejo de Familias y les explico tu ofuscación.
—Chris, ¡querida Chris! Esa es una oportunidad que jamás te daré. Sé perfectamente quién es el asesino. Alguien de quién nadie jamás sospecharía. Alguien tan inocente como ese niño que ocupa esa cuna. Ese niño, recién nacido, que, sin embargo, es capaz de sostener un sonajero, hojear un libro o jugar con dados de madera, a pesar de que aún faltarían meses, e incluso años para que tuviera esas habilidades. Ese niño, nacido adulto, con mente adulta y con ganas de ocupar las responsabilidades de un adulto. Ese niño que fue capaz de arrojar detergente en la copa del viejo Capo 2008 para evitar ser asesinado a su vez, por miedo a la sombra del poder hereditario que le correspondería. Ese niño, a quien ahora nombro nuevo Capo 2009, porque nadie creería en su culpa. Vosotros en cambio, debéis morir ahora para que nadie sepa el auténtico final de esta historia.
Nadie respondió al conseglieri de conseglieris. Ya el veneno había hecho su efecto. Acariciando el pelo del niño, el conseglieri de conseglieris, ahora conseglieri también de esa Familia, se retiró.
¡Feliz 2009!