Don Juan, Don Rafael y yo

Hay momentos que dan color a una vida. Bellezas inesperadas que, justo por serlo, quedan en el recuerdo con una calidez y una luminosidad únicas. Atesoraré como uno de ellos haber tenido la fortuna de haber podido leer el Don Juan de Rafael Marín (no diré cuántas veces, que me miraríais raro) antes de que sea editado. Voy a reseñar para vosotros el libro. Espero con ello ganar un buen número de co-lectores con los que comentar la obra. Seguro que no es lo último que escribo sobre esta maravilla.

El texto con que lo presenta la editorial:

En DON JUAN, Rafael Marín narra la historia jamás contada de Don Juan Tenorio, desde su infancia en Sevilla a la batalla de San Quintín, un periplo por las cortes y los campos de batalla de la Europa de su tiempo. El azar del camino lleva al burlador sevillano al encuentro del emperador Carlos V, a cuyo servicio se convierte en espía y capitán de los Tercios. Con Don Juan asistiremos a los hechos de armas y acontecimientos históricos más importantes del siglo XVI: el saco de Roma, el primer asedio de Viena, el “Gran Asunto” de Enrique VIII, la toma de Túnez y la derrota de Argel, las intrigas venecianas y el enfrentamiento con la flota del Gran Turco.

Entre lances de capa y espada y las hazañas amorosas que lo han hecho leyenda, Don Juan conoce también al poeta y jefe de espías Garcilaso de La Vega, el marqués del Vasto y el condestable Borbón, Francisco Delicado y su Lozana, el papa Clemente VII, Hernán Cortés, Ignacio de Loyola, Catalina de Aragón, Ana Bolena, el bufón Perejón y su amo, Felipe II.

Mujeres burladas, maridos cornudos, criados pintorescos y aventura sazonan esta monumental novela que presenta a Don Juan Tenorio para la sensibilidad del siglo veintiuno.

Un libro con una impresionante calidad literaria que no desmerece a anteriores visiones del mito.

Y el mío:

En el momento en que escribo estas líneas soy probablemente una de las personas que mejor conoce el Don Juan de Rafael Marín (salvo el autor), por haber tenido la extraordinaria suerte de haber podido leerlo unas cuantas veces antes de que se editara.

[pullquote]Una sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcar todo. Gustav Mahler.[/pullquote]

Ya ha aparecido varias veces en mi blog lo mucho que me gusta el terso lenguaje del escritor gaditano (gadita, diría él). Debo decir que en esta ocasión se ha superado a sí mismo con creces. El autor, que declara que no puede escribir hasta encontrar la música propia de cada uno de sus libros (se refiere al particular uso de lenguaje y prosodia que requiere cada narración), ha escrito en esta ocasión un monumental poema sinfónico, una ópera repleta de personajes creíbles y a menudo entrañables, un concierto para un Don Juan solista al que la orquesta de situaciones e individuos aporta un entramado de timbres en que el color apabullante esconde la perfecta construcción formal. Y hablando de música y de forma, atentos en el comienzo de la obra a las referencias al pentagrama, que van enunciando la transformación del protagonista en el Tenorio. Sin embargo la maestría formal no obstruye, como a veces pasa, la naturalidad de la narrativa ni el ritmo de las peripecias. Por el contrario resulta una cimentación escondida y necesaria sobre la que fluyen nítidas las diversas andanzas de los personajes.

[pullquote]No he conservado nunca a una mujer ni a un criado. No me interesa su fidelidad, en tanto es comprada, o seducida, y al ser interesada y engañada no la correspondo. Más me fiaría acaso de un perro, que sabe al menos cuándo no debe morderte la mano y hasta puede vivir sin caricias, a cambio de migajas y unos huesos que roer. Sin embargo, de mujeres y criados están compuestos mis lances. Y de hombres burlados. Y de cornudos muertos. Si se quiere considerar que eso es pecado, pecado sea. Para mí es impulso. La mano que empuña la espada debe actuar independiente del cerebro.[/pullquote]

Nada sé de escribir literatura. Pienso, sin embargo, por analogía con las cosas que sí sé hacer, que tratar un mito de las dimensiones de Don Juan ha de implicar un enorme obstáculo: el personaje no resulta creíble porque recae sobre él la carga de la alegoría. Convertirlo en un ser humano posible, una persona por la que el lector pueda sentir alguna afinidad, implica añadirle una serie de características más allá de la voracidad amorosa, una historia, unos motivos para vivir de una manera determinada. Rafael Marín crea un Tenorio en que la burla —recordemos que es Burlador por excelencia— es sólo una de sus facetas, y quizá no la más relevante. Un personaje complejo y completo.

Respecto a los personajes secundarios, puede que denominarlos así sea inadecuado. Más a menudo ocurre que son coprotagonistas de secciones concretas del libro. Y alguno es tan deslumbrante que correría el riesgo de suplantar a Don Juan en nuestro interés si se le concediera más espacio en la narrativa. Magistral es la forma en que cuatro pinceladas o menos son todo lo que necesita Marín para presentarnos la personalidad completa de cada uno de ellos. Y de más de uno apetece que haya libro nuevo en el que reencontrarle (sé de buena tinta que el autor ha tenido tentaciones, en las que confío que caiga). Porque el elenco de personajes nuevos es espectacular: algún que otro criado impagable, Robert de Maroy (¿la sorprendente respuesta del autor a la idea de la homosexualidad del Tenorio?), los St. Croix, Ginés de Alejandría, Justine de Breuil, el capitán Centellas, Aldonza-Rosaria, Garcilaso, el niño Manolito y Enrique VIII, son sólo algunas de las interesantes multitudes que habitan estas páginas.  Y la sombra omnipresente del emperador Carlos, que aunque aparezca poco, importa mucho.

[pullquote]En ese aspecto fui Pigmalión suyo, como lo fui de tantas. Pero ella era joven, y vanidosa, y se sabía bonita y cada vez comprendía mejor que la hermosura de su cuerpo tenía una finalidad de la que podría extraer su rédito. Yo le había abierto los ojos y más que los ojos a la vida y los placeres de la vida, y si yo era un águila ella quiso ser azor. Pero allá donde el águila vuela a los cielos y se pierde más allá de las nubes, el azor vuelve al puño donde le han de poner la caperuza.[/pullquote]

En la primera lectura me extrañé cuando aparecieron el Comendador, Doña Inés y Luis Mejía, por no haber siquiera pensado en ellos durante unos cientos de páginas: así de interesantes son los personajes salidos de la pluma de Marín. De hecho la parte en que encontramos paralelismos con la historia convencional es poco más que una aventura crepuscular del protagonista, lo que llega a darle un sentido muy especial y diferente.

Tengo a menudo la impresión de que nuestro mundo literario (y el musical, si a eso vamos) está dominado por un rebaño de pedantes a los que estorba el buen estilo y la pureza del idioma para una obra atractiva, o el entretenimiento para una obra de “literatura pura”, sea eso lo que sea, si es que es algo. Van a tener con este libro para cebarse a críticas, porque si el estilo es cegador, las crónicas que se van narrando son unánimemente interesantísimas y absorbentes. Pesa sobre Marín el estigma de haber sido considerado escritor de ciencia ficción, de novela negra, y, sin duda, a partir de ahora, de novela histórica. Tremendo error. La buena narrativa trasciende los géneros. ¿Novela histórica? La documentación y precisión mostradas en el libro son más que minuciosas. ¿Novela de aventuras? Señor Dumas, señor Salgari, señor Howard, vayan ustedes haciendo sitio, que estorban. ¿Novela de espías? Si siempre se ha tildado a James Bond de donjuanesco, en justa reciprocidad Tenorio resulta un espléndido espía aventurero, con un inesperado —pero completamente creíble— Garcilaso en el papel de M. No pensemos, sin embargo, en una hibridación de estilos. Por lo que sé de música, la fusión no es difícil, ni suele dar grandes resultados. Mucho más relevantes han sido los autores que bebiendo de diversas fuentes han encontrado un estilo único.

En alguna ocasión he hablado de mi concepto de “espacio mítico”. A menudo, por lo que sé de literatura (no escribo, pero soy gran lector) se convierte en unas narrativas de pastiche que pueden ser muy divertidas. Mayor es, sin embargo, la trascendencia con que lo trata Marín. Nos encontraremos de nuevo —aunque nunca es citado por su nombre completo— con Esteban de Sopetrán— y algún que otro personaje del autor. Pero son legión las referencias a otros hitos del subconsciente colectivo, comenzando por la Lozana, que es ella misma, es la actriz que la encarnó, y es O. Yo he encontrado algunas decenas. Estoy seguro de que si me planteo el reto de buscarlas llegarán al centenar.

Un único pero puedo ponerle al libro: su extensión. Con apenas mil páginas se hace sumamente corto. Habrá quien se intimide por parecerle muy largo. Hará mal, y me da algo de lástima. No conozco todo lo que se ha editado en castellano en el siglo XXI pero poco puede haber que esté a esta altura. Y pone un listón altísimo que superar a todo lo que se escriba en lo que queda de siglo.

El tomo acaba de llegar a mis manos: es un libro gustosísimo. Bellísima portada de Ferrer Dalmau, encuadernación impecable, buen papel, cinta para punto de lectura, y, sobre todo… el contenido. Me envanezco, además, de figurar en la página de agradecimientos.

¿Mis credenciales para escribir esto? Quién me conozca y sepa lo que disfruto la literatura no me las pedirá. A quién me las tenga que pedir, no le satisfaría nada que alegara.