La Victoria y la imaginación

Portada del libro

Próximamente tendremos el placer —no es tópico: será un auténtico placer— de disfrutar de Victoria, novela nueva de Rafael Marín, en la que nos cuenta el viaje de Magallanes y Elcano alrededor del mundo: la primera circunnavegación del planeta. 

Suele clasificarse al escritor, creador de docenas de libros de las más diversas temáticas, como autor de ciencia ficción. Quizá porque ha escrito algunas de las páginas más memorables de ese género en España. Pero claro, es que Marín tiene por costumbre escribir páginas memorables en cualquier circunstancia.

¿Por qué me parece entonces necesario, y más sabiendo que le desagrada este encasillamiento, referirme a él?

La ciencia ficción, la buena, la de verdad, se caracteriza por lo que siempre se ha llamado sentido de la maravilla. Nos proporciona escenarios nuevos, criaturas exóticas, paisajes impensables. Nos da una razón para creer en lo que no puede creerse, para salirnos del ámbito cómodo, pero también estrecho, de lo que resulta posible y cotidiano. Alimenta nuestra imaginación, nos permite aspirar e inventar, nos encandila, nos hace humanos.

Y humanos eran los personajes que emprendieron la primera vuelta al mundo sin habérselo propuesto. 

¿Qué impulsa a una persona a abandonar su hogar y exponerse a los peligros de un viaje de destino incierto? Hay autores que nos cuentan la inmensa riqueza que generaban las especias. Algunos se centran en lo épico de la gesta. Otros, en los recovecos biográficos de los protagonistas. Nuestro autor no ignora ninguna de esas facetas, pero nos revela más. Con infatigable rigor histórico nos demuestra lo ambiciosamente humanos, débilmente humanos, pérfidamente humanos, intolerantemente humanos que fueron los protagonistas. Pero también, y son quizá los mejores momentos del libro, lo asombradamente humanos, maravilladamente humanos que lograron ser.

Otro autor quizá se burlara de la ignorancia de la época. ¿A quién se le ocurre pensar que existen criaturas con un solo y enorme pie y un solo ojo? Pero sabe Marín que los esciápodos de ayer son los alienígenas de hoy, y las ballenas que juegan a ser islas, las modernas estaciones espaciales. No nos cuenta las maravillas en las que creían: nos fuerza a verlas por sus ojos. Un Antonio Pigafetta que se expresa mucho mejor que el que escribió la narración original y un prodigioso Enrique “el negro” (que quizá fue la primera persona que en realidad dio la vuelta al mundo) son nuestros guías principales en una odisea que, sorprendentemente, acaba resultando mucho más lírica que épica.

Allá donde el relato de Pigafetta es bastante sobrio —por no decir directamente aburrido— y se limita a una enumeración de circunstancias insólitas, Victoria nos las hace vivir. Y allá donde Pigafetta oculta — el último tramo de su narración es, casi de forma literal, una colección de cuentos chinos—, nuestro libro nos presenta, en las partes en que la documentación no existe, una historia más que creíble. Es justamente en esa última etapa del viaje donde la Victoria parece asumir una voz coral, la de todos los que sobrevivieron, una voz que, sin buscarlo, es la de los que han realizado una hazaña sin habérselo propuesto.

Decir que el estilo de Don Rafael es exquisito es como decir que Goya pintaba más o menos bien. Quiero entonces no centrarme en ello, sino en su capacidad para encontrar siempre un tono distinto, un estilo diferente para cada historia. Él lo llama la música del libro. Yo lo llamo escribir como muy, muy pocos. Háganme caso y lean esta obra. Me lo van a agradecer.