Miguel Arranz: el humor en tiempos de crisis

MiguelNo quiero ni siquiera pensar el tiempo que hace que conozco a Miguel Arranz: en aquellos tiempos las televisiones eran en blanco y negro, y los niños hacíamos de mando a distancia; los compañeros nos llamábamos entre nosotros por el apellido y no por el nombre; y proliferaban los chicles Bazooka, los chipiritifláuticos y los dinosaurios.

 

Además, no me lo creo: es imposible que tengamos la edad que dice el calendario. Todo eso fue ayer, o como mucho anteayer. Lo del calendario seguro que es un truco de Marty McFly; del Guardián de la Eternidad de Star Trek; o de la propia crisis que nos atenaza.

Tengo muchos recuerdos de Miguel:

  • Partiéndose de risa con Alberto, en la esquina del colegio por la que se entraba al cine, mientras comentaban su “Psicología de los márgenes”, un proyecto humorístico sobre lo que dibujaba la gente en los libros (no tendríamos ni 14 añitos).
  • Partiéndose de risa cantando la “Canción del hombre feo”, junto a “The Dissasters”, su grupo, con el que tuve el honor de colaborar bajo mi sombrero de “Eric Blancon”.
  • Partiéndose de risa dibujando una felicitación navideña, con todos los miembros de “The Dissasters” subido cada uno a los hombros del anterior.

¿Notáis algún factor común? Lo que no tengo es ningún recuerdo de Miguel enfadado, aunque indudablemente debió suceder alguna vez.

Las viñetas que crea Miguel revelan un conocimiento profundo de la gente: no en balde es psicólogo.

Aunque indudablemente no me haría ningún mal, nunca he sido paciente de Miguel, pero si lo fuera, sería con toda confianza. Sus viñetas reflejan que conoce a la gente, que las personas le caen bien, y eso no se aprende en libros.

Total que Miguel ha sacado un libro: “El humor en tiempos de crisis”, y viene a presentarlo a Salamanca, a nuestra escuela, Musicay. Como por allí no nos faltan instrumentos, no descartéis que cuando estemos solos nos marquemos una versión de la “Canción del hombre feo”. El día 28 de diciembre (muy apropiadamente, el día de los inocentes), a las 20:00, en Musicay (Calle Salesas 14-16, esquina con calle Sur) tenéis la ocasión de conocer a un gran dibujante, que es también un gran humorista, y, sobre todo, una gran persona y un gran amigo. Yo, no me lo perdería.
presentación Salamanca

Un 2016 en paz, armonía… …y contrapunto

2016 Calender on the red cubes

Ya no queda nada…

Siempre que llegan estas fechas me apetece felicitaros a todos los que visitáis mi blog. Bien sé que para unos estas fiestas son depresivas, para otros religiosas (y eso les molesta), religiosas (y eso les encanta), comerciales, etc…

Yo simplemente pretendo desearos que paséis unas buenas vacaciones, los que gocéis de ellas, y que el próximo año sea mejor que éste.

 

Para ello, utilizo habitualmente lo que sé hacer: música. Este año no me ha dado tiempo a hacer nada nuevo, por no hablar de que mi producción de falsificaciones navideñas va ya saliéndose de toda proporción razonable. Os pongo en su lugar, alguno de mis contrapuntos al respecto de otros años (muchos de ellos con mejores sonidos que antes, eso sí), un descubrimiento y una “lección”.

 


Ya viene la vieja, en contrapuntos barroquizantes

Corría el año 2010, y Alfonso Sebastián Alegre, que entonces no me conocía mucho como para saber cómo respondo a ciertos retos, me dijo, como broma, que a ver si era capaz de hacer un preludio coral sobre “Ya viene la vieja”. Ya que me puse, hice otros contrapuntos sobre el tema, que me gusta ordenar así:

Coral

Los que seguís mi blog, ya sabéis que el tema me interesa y apasiona. ¿Hace falta decir más?

Canon per motum contrarium

Mis alumnos saben que siempre les digo que en todos los temas se puede encontrar un tratamiento canónico, buscando lo suficiente. Cada vez que me pongo a estas cosas, no pierdo la oportunidad de demostrarlo.

 

Preludio coral

Sólo mi conciencia y yo sabemos la rabia que me da que no sea práctico usar el preludio coral como medio de enseñanza para mis alumnos. Aquí, me consolé algo haciendo yo uno.

Quodlibet

Un quolibet (casi literalmente “lo que quieras”) suele ser un tratamiento contrapuntístico muy libre, muchas veces empleando, entre otras cosas, melodías populares (por aquí, por las Españas, a este tratamiento se le llamaba a veces “ensalada”). Sin fijaros en la pantalla, ¿cuántos villancicos sois capaces de distinguir?

Todo junto

Y aquí, todo seguidito, por si queréis apreciar la unidad formal que haya.

 

 


Un descubrimiento

Usando el buscador entre mis archivos (el moderno equivalente de “hurgando entre mis papeles”) encontré una pieza que no recordaba haber hecho. El caso es que debí quedar tan harto de barroco con lo anterior, que hice una armonización “a la Lutosławski”.

 


Una “lección”

Muchos de vosotros sabéis que de cuando en cuando elaboro ejemplos para mis alumnos, porque entiendo que compararse con Bach resulta duro. Hace dos o tres años coincidió la Navidad con mi explicación de cómo se hace una invención, así que el resultado (cuya elaboración se cuenta con todo detalle en otras partes de este blog) era obvio.

Y lo dicho: buenas vacaciones y un excelente año.

El pedagogo redentor contra el profesor malvado (2). Evaluaciones, deberes y contenidos.

TrigonometraEn el artículo previo, me refería, sobre todo, a mi experiencia como profesor de conservatorio. En el actual creo que puedo permitirme hacer unas reflexiones generales sobre la educación.

Comencemos, creo, por una pregunta esencial:

¿Qué tipo de alumno queremos formar?

Se habla, cada vez más, de “formar al alumno para el mercado laboral”. Como iré comentando, la idea me da escalofríos, pero aceptémosla. ¿Deberíamos enseñar a los alumnos como funciona el lector de códigos de barras del supermercado? ¿Hacer quizá prácticas de cómo cobrar a los clientes? ¿Con una especial atención al cliente que siempre se queja? ¿Instrucciones sobre cómo tratar al que siempre se intenta colar en la fila de espera?

Asumamos que esto no os parece una pesadilla y que sentís que, efectivamente, planteo algo de enorme utilidad: sería, incluso así, totalmente inefectivo. Los lectores de código de barras son relativamente recientes. De la misma forma, lo que se use cuando nuestros alumnos alcancen la vida laboral será relativamente reciente, distinto y más efectivo. Códigos QR, quizá, si juzgamos por la tecnología que ya existe. O a lo mejor la gente va a hacer todas la compras por Internet. O algo distinto. El mercado laboral, sobre todo en el sector de servicios cambia de forma continua. Y, desde luego, en los servicios más de entretenimiento, el cambio constante es una de las características necesarias y predominantes.

¿Los enseñamos, en cambio a entender cómo funciona un código de barras? Ah, no, que por ahí aparecen las bases binarias y esas cochinadas de los matemáticos.

[pullquote]Lo que Magrat había logrado era un simple ajuste en los procesos mentales: la mujer asombrada y un tanto asustada que se precipitaba inexorablemente hacia el suelo nada invitador era ahora una persona con la mente clara, optimista, que llevaba las riendas de su destino y controlaba su propia vida. Sabía muy bien de dónde venía. Por desgracia, el lugar a donde iba no había cambiado en absoluto. Pero se sentía mucho mejor. “Brujerías” Terry Pratchett[/pullquote]

¿Queremos formar a los alumnos, en cambio, para que sean felices? ¡Noble objetivo! Pero, ¿cómo hacemos? Parecería lógico educarlos en las filosofías estoicas: si no cambia nuestra sociedad, el paro y los empleos basura son una gran parte de lo que les espera. Por otro lado, educarlos para satisfacer el estilo de vida hedonista podría ser el rumbo para una futura reactivación económica: a mayor consumo, mayor cantidad de dinero moviéndose. También podría decirse que el propio profesor debe ser feliz, para dar ejemplo. ¿De qué forma evaluamos eso en la oposición o procedimiento selectivo para que opte al puesto de trabajo? Claro, usando la “inteligencia emocional”. Si algo conozco de las personas, no es sólo por mi experiencia con ellas: jamás he estado en un incendio; jamás me he metido en una pelea. Mis opiniones sobre cómo me comportaría en tales casos, mis juicios morales al respecto, provienen de mis lecturas, que me han mostrado todo tipo de personajes sometidos a situaciones de todo tipo. Como mis lecturas son amplias, también lo es la gama de cosas con las que no he lidiado sobre las que tengo una idea sobre qué haría yo en circunstancias similares. Prefiero, vaya, la lectura, o las películas, o las historias —que no dejan de ser la base de nuestro acervo colectivo— a unas clases de inteligencia emocional. Quién lee, nunca está del todo solo.

Totalmente dispuesto a ser acribillado a tiros —dialécticos y hasta de los otros— afirmo que a mi me parece que debemos intentar que nuestros alumnos den lo mejor de si mismos, sean personas capaces de defenderse solas en cualquier aspecto, que tengan la capacidad de plantear y resolver sus propios problemas y sean flexibles y adaptables. Y de disfrutar de sus vidas. Que sean seres humanos. El mercado laboral está ahí para proporcionarnos un medio de subsistencia, no para ser el centro de nuestras vidas.

Evaluaciones y salarios

zipizape-calabazaMuy a menudo les decimos a nuestros hijos que, igual que nosotros vamos a trabajar, ellos tienen que ir al colegio/instituto/universidad. Y quizá por ello se ha confundido el salario que nos dan por nuestro trabajo con las notas que les dan a ellos por su esfuerzo. Evaluar a un alumno sólo quiere decir que le decimos qué tal va desarrollándose. Es un toque de atención para que se esfuerce más, o para decirle que va por el buen camino. ¿No es acaso una información que necesita?

Hace una hora escasa mi hija me estaba contando su día: hoy le han hecho una prueba consistente en dar vueltas al patio corriendo. Dio cinco y aprobó holgadamente. Pero le parecía injusto que le dieran un 10 al que dió 6. Opinaba que si alguien hubiera dado 7, o 12,lo justo sería que hubieran bajado todas las otras notas en consecuencia.

Esa es, quizá, la opinión que tiene la mayoría de la gente sobre las calificaciones: que son una forma de comparar a unos alumnos con otros. Muy por el contrario, son, o deberían ser, una forma de informar al alumno y, según la edad, a sus tutores, sobre cómo va, para tomar, de ser preciso, las medidas adecuadas. Si un alumno es excepcional, sea en el mejor o peor sentido de la palabra, no debería influenciar el resto de observaciones.  Obviamente también se lo decimos de palabra, muy a menudo y sin boletín de notas.

Soy músico. Como tal necesito saber qué estoy haciendo mal, para corregirlo y estudiarlo más y lo que hago bien, para perseverar en ello. Es una estrategia de estudio del instrumento que no puede cambiar. ¿Es tan difícil pensar que es extrapolable a otras disciplinas? Ni el orgullo insensato ni la modestia excesiva nos permiten mejorar.

Deberes, experiencia, autorealización

Me fastidia, me fastidia mucho cuando a mis alumnos les pido que escriban unos pocos compases de música y lo llaman “deberes”. Les estoy pidiendo que investiguen, que se expresen, que disfruten con la música y lo toman como una obligación. Quizá vuelve a ser pertinente lo de que es una idea muy equivocada lo de comparar formarse con un trabajo, no sé.

Sí sé, en cambio, que es totalmente imposible, sobre todo con planes de estudios a veces artificialmente sobrecargados (ver artículo anterior) tratar en clase todo lo que la materia implica. Los contenidos teóricos, desde luego, deben verse en el aula. Los contenidos “vivenciales” —como los llamaría cualquiera cuyo lenguaje esté contaminado por la LOGSE—, es decir, lo que significa asimilar, aprehender, hacer propias las habilidades que necesitamos, son, necesariamente, individuales, y, en esa medida, a menudo trabajo de casa.

img_boliche_de_ternera_asado_37760_600Permitidme, ahora que están de moda los cocineros, un ejemplo absurdo. Supongamos la existencia de un delicioso plato, denominado, por ejemplo, “ternera a la Bach”. Supongamos también la existencia de una escuela de cocineros, en la que las clases de cómo preparar ternera estén limitadas a una hora por semana. Y supongamos, por último, que la elaboración de la “ternera a la Bach” supone una elaboración de al menos hora y media.

Probablemente los pasos necesarios para la elaboración de la receta se puedan contar en bastante menos de una hora. Casi con seguridad se pueden proyectar fotos de los distintos colores y texturas que tiene que ir adquiriendo este manjar a lo largo de su elaboración. Pero es imposible tener la experiencia real de cómo se hace sin cocinarlo: en las clases no da tiempo. Y estoy seguro que dejarlo a medio hacer en una clase, congelarlo cuando suene la campana,  y terminarlo en la siguiente no ayudará al sabor del plato. Por no hablar de la riqueza de matices que le dará el cocinero aprendiz cuando decida el punto exacto de color, textura y salazón que él quiere dar a su versión de esta delicia. O sea, que necesitará elaborarlo fuera del horario de clases. Probablemente, en varias ocasiones.

De forma semejante, algunos contenidos requieren ser elaborados y asimilados de forma individual, en toda forma de enseñanza. Sea por falta de tiempo en clase, sea por la necesidad de trabajar de forma íntima, no todo puede ser aprendido en las clases.

Otra cosa, totalmente distinta, es el abuso en la cantidad de deberes para casa. Aunque soy profesor viejo, no se me agota la novedad de ser padre, y me desespera, por ejemplo, ver que mi hija, por quinto o sexto año consecutivo, ha tenido deberes de matemáticas en que empezaba por descomponer números en unidades, decenas, centenas… Si repetimos contenidos durante varios años, estamos, lo primero, inflando artificialmente la cantidad de materia de cada año. Lo segundo, como los alumnos no son tontos —esto debería constituir el primero de todos los artículos de fe de un buen profesor—, dándoles a entender que si no lo aprenden bien este año, ya lo harán otro. Y son deberes sobre deberes, que ya podrían estar asimilados hace un tiempo.

Es bueno y necesario hacer cierto trabajo en casa. Y conocer la satisfacción de superarse, y de hacer lo que antes no podíamos. Es necesario el trabajo fuera del aula. Otra cosa distinta es que los profesores se coordinen para no hacerlo excesivo —lo que ocurre con harta frecuencia—. O dar un espacio en el centro, pero fuera de las clases programadas, para que se realicen estas labores.

Incluyo aquí una nota al margen: determinar la cantidad de trabajo que se puede pedir a los alumnos incluye comunicación fluida entre los profesores. Los recientes planes de estudio en España —los de los últimos veinte años, o así— no lo están haciendo bien a este respecto. Por ejemplo, en los conservatorios, por norma, debemos dejar una mañana libre de alumnos, para programar en ella todas nuestras reuniones. Se supone que de esta forma tenemos tiempo para todo tipo de comunicación. Lo malo es que como estas informaciones están demasiado regladas y encorsetadas, acabamos hablado de boletines oficiales, “competencias” del alumno, programaciones, objetivos, metodologías y nunca del alumno en cuanto a persona y ser en proceso de convertirse en alguien, si podemos, magnifico. Mucho más útil sería un calendario de reuniones previas al curso en que las asignaturas coordinables se coordinaran.

Por último, en este apartado, se habla de que los deberes “roban la infancia” a los niños. ¿De qué hablamos? Si no es en la infancia cuando aprendemos el placer de descubrir, de que cada vez somos más capaces, ¿entonces cuando? ¿Dejamos mejor que los niños tengan más tiempo para el WhatsApp? No. Un tiempo razonablemente escaso de trabajo en casa, y un tiempo amplio de esparcimiento. Y líbreme quién pueda hacerlo de decir que como ese tiempo sea muy generoso muchísimo padres van a buscar actividades complementarias extraescolares para no tener que preocuparse de sus hijos.

Contenidos, pesas, forma física, forma mental

“¿Para qué estudiamos matemáticas? A ver, en la vida real, ¿cuándo vamos a usarlas?”

Hace poco, en la cola del supermercado se produjo un problema atroz —al parecer—: un cliente quería pagar su compra con un billete de cien euros, y las cajeras sólo estaban autorizadas a aceptar pagos de cincuenta. La cajera habitual llamó a la jefa de cajeras, y decidieron dividir la compra del cliente en dos —el total era de sesenta y cinco euros exactos— , y aceptar el billete como si hubieran sido dos de cincuenta. Su procedimiento fue pasar, reiteradamente, los productos que el cliente quería adquirir por el lector de códigos hasta que les salió un monto menor de cincuenta. En ese momento se pusieron a discutir si el resto iba a ser también menor de cincuenta.

El caso, que es real, me puso bastante nervioso, más que cuando, por ejemplo, veo a un dependiente recurrir a la calculadora para multiplicar por diez. Y me lleva pensar en si debemos o no impartir contenidos.

Robo esta cita a un artículo en que Alberto Royo —con toda razón— se indignaba sobre ello:

“Lo importante es el alumno. El foco del sistema de aprendizaje debe estar sobre el estudiante, ni en los contenidos ni en el profesor. El estudiante debe disfrutar aprendiendo, hay que motivarle.”

Que lo importante es el alumno, no admite dudas. Del resto, hay mucho que decir.

Weight_Lifting_Struggle_Cartoon_Man_Clipart-1lgLos contenidos, últimamente, parece que están de capa caída. ¿Para que vas a aprender lo que es un soneto, si puedes encontrarlo en la wikipedia? ¿Para qué saber sumar, si hay calculadoras?

Lo último de lo último parece que es “aprender a aprender”. Y, curiosamente, es algo con lo que estoy de acuerdo por completo. La idea de sólo aprender mientras eres estudiante es absurda y conduce a una vida pobre y terca. La seguridad de que eres capaz de aprender lo que te propongas, multiplica las posibilidades de uno.

El “aprender a aprender” debe basarse, sin embargo, en experiencias previas, que nos hayan dado esa seguridad. Mil conferencias sobre cómo preparar nuestro cuerpo para levantar pesas, no nos dejarán tan preparados como haber intentado levantarlas una serie de veces.

De la misma forma, el proceso de asegurarnos de que somos capaces de aprender requiere, necesariamente, que nos hayamos demostrado a nosotros mismo que somos capaces de hacerlo. Para lo cual se requiere haber tenido algún contenido real que podamos contrastar.

Permitidme contar mi experiencia con las matemáticas.

Por inclinación, carácter, y, desde luego, por número de horas invertidas en la actividad, soy hombre de libros, más que de ciencias. De pequeño, muy pequeño, sacaba notas razonables en matemáticas, hasta que una vez suspendí. El profesor nos dijo que nos iba a dividir en dos grupos para el siguiente examen: uno para dirimir las notas del siete al diez y el otro para recuperar a los suspensos. Pero a mi me cogió en privado y me dijo que me ponía el examen difícil. Saque nueve y medio. Jamás volví a pensar que no podía con las mates.

Mi siguiente profesor de matemáticas tenía la carrera de física. Como todo buen físico “despreciaba” las matemáticas: eran una herramienta con la que NATURALMENTE había que ser ágil, pero eran un medio para un fin. Por lo mismo yo estaba haciendo trigonometría cuando alumnos de otros profesores estaban aún determinando si enseñar cómo se hacía una raíz cuadrada.

01¿Me ha servido de algo la trigonometría en mi vida? Curiosamente, sí, dos veces. En una ocasión, un amigo mío, diseñador de páginas web, quería cierta interacitvidad en su web que dependía de “tirar” de una serie de puntos en la pantalla y que pasaran cosas. Claro, que todo dependía del ángulo entre dos puntos y un centro. Olvidados como tenía —y tengo— senos y cosenos, sabía que por ahí iban los tiros. Como era la prehistoria de la informática — aún no había wikipedia— no había manera de que el programín con el que se hacía todo calculara esas cantidades. Pero cómo sabía que por ahí iban los tiros, pude encontrar una función que los calculara. No hubiese podido sin sonarme, al menos ligeramente, las funciones trigonométricas.

En otra ocasión, mi entonces pareja, diseñadora, tenía que crear unos expositores en los que tenía que caber mucho texto. Temía —con toda razón— que para que cupiera el texto hubiera que emplear un tamaño ilegible. Le sugerí que inclinara la base del expositor, de forma que tuviera más superficie para la misma altura. La idea le pareció buena. Lo malo era que había que dar a los que iban a cortar los metacrilatos medidas precisas: tiré de enciclopedia Rubio para recuperar la trigonometría y se las di.

Y sigo sin recordar, a menos que repase, las funciones más avanzadas de la trigonometría. Pero sé cuando me pueden hacer falta y sé qué buscar.

Mi punto es: para aprender a aprender, para saber que puedes hacer casi todo lo que te propongas, hace falta un ejercitamiento. Hace falta algún aprendizaje con contenidos reales. Puestos a ello, bien puede ser algo útil. Si no útil para todos los días —no hay tantas cosas que lo sean— útil potencialmente para el futuro.

El caso musical, que es el que más conozco, tiene miles de anécdotas que me han sucedido y podría contar. Me quedo con tres, por su brevedad.

  1. Mi amigo y compañero de diez en toda su carrera de piano al que le prometieron suspender por tocar muy bien pero no poder tocar una fuga. Sólo hizo falta que le explicara una fuga para que acabará, también con diez, su carrera.
  2. Aquel alumno que despreciaba la armonía tonal porque lo que le gustaba era el blues. Sobre todo, tenía por absurdo el acorde de sexta aumentada —no hace falta saber lo que es para entender la anécdota— pero le encantaba usar la “sexta bemol para ir a la dominante”. cuando entendió que eran casi la una y misma cosa, empezó a hacer imitaciones mozartianas bastante aceptables —ese único acorde le convenció de que el uso clásico y jazzístico no es tan diferente—.
  3. Y, de nuevo, con sexta aumentada: aquella alumna a la que pude —laboriosamente— convencer de que ese acorde es parte de un proceso. Pasó en un año de ser una pianista de seis a una pianista de diez: probablemente hoy por hoy no recuerde bien cómo funciona el acorde. Pero ha aprendido lo que es un proceso, y, si necesita, referencias, sabe cómo buscarlas.

En definitiva: que como para aprender a aprender hacen falta contenidos, bien pueden ser algunos que ayuden al futuro del alumno. La reciente tendencia (y no me invento el caso) de crear contenidos sin correlato real, no puede sino atemorizarme, conocedor como soy de las maldades de los saberes imaginarios, o escolástica. Pero eso es otra discusión.

 

 

El pedagogo redentor contra el profesor malvado (1)

Evil Teacher FinalPor diversas circunstancias, en estos días están saliendo muchas noticias, opiniones y artículos relacionados con la educación. Algunos dicen que, por ejemplo, es malo evaluar a los alumnos, ya que con eso, por una parte se les compara entre sí, y por otra puede convertirse la educación en un mero correr detrás de una buena nota. Otros, que no descartan tampoco esa posibilidad, proponen que una de las posibles soluciones pasa por evaluar a los profesores —supongo que a los profesores sí se nos puede comparar—, y hasta hacer contingente el sueldo al éxito educativo —lo que quizá convirtiera nuestro magisterio en un mero correr detrás de más sueldo—. Hay quien comenta que habría que prohibir los deberes, ya que sobrecargan el horario del ocio del alumno, arrebatándole quizá su infancia. Ya puestos, no faltan quienes proponen que la inteligencia emocional debería ser algo aplicado por todos los profesores, y hasta una materia lectiva. Y, por supuesto, muchos vocean que el modelo de una enseñanza basada en contenidos es obsoleto: hay que aprender a aprender, y formar a los alumnos para que en un futuro estén mejor formados para optar a un puesto de trabajo.

Nada voy a decir de la propuesta de que en breve, todos los profesores deban, por ley, demostrar que no son delincuentes sexuales. Y no, no es broma ni exageración.

Me entra vértigo si pienso que a estas alturas llevo 34 años impartiendo clases. ¿Me permitís que emplee esta experiencia para daros algunos puntos de vista? Me voy a centrar en lo que mejor conozco: la enseñanza en conservatorios.

Como no hacer un plan educativo

Observo que la mayoría de estas propuestas centran todos los problemas de la enseñanza en la figura del profesor. ¿Se da cuenta alguien de que eso equivale a reñir a una dependienta de unos grandes almacenes por los precios de los jerseys? Ni ella los decide —lo probable es que lo haga alguien que ni siquiera viva en la misma ciudad—, ni nosotros tenemos, ni con mucho, suficiente margen de maniobra como para impartir como queremos.

Llevo a mis espaldas ya un enorme número de planes y reformas educativos. Me atrevería a decir que todos se elaboran empleando esta estrategia.

 

  1. ¿Qué es deseable que sepa el alumno cuando haya terminado sus estudios?
  2. Vamos a incorporar lo decidido en el punto anterior a lo que debe ser impartido en el aula.

 

La técnica no carece de mérito. Es evidente que deberíamos fijarnos en la meta final, el joven que ya no necesita profesores para ver cuáles sean los mejores procedimientos para lograr ese objetivo. El problema es que harían falta unos pequeños pasos intermedios, y otros adicionales.

Ejemplo 1: conocer toda la historia del mundo entero, y algunos planetas cercanos

sobrecargadoMi asignatura principal —llamo así a la que se corresponde con la especialidad por la que opté a la oposición— es la armonía. Tradicionalmente es una disciplina que ha ignorado la historia, la musicalidad, la creatividad y el disfrute compositivo del alumno. Quién me conozca, sabe que he tenido en mi biblioteca durante mucho tiempo, por ejemplo, el tratado de “Harmonía” de Arín y Fontanilla separando las secciones de terror y superstición. Quiero decir con ello que soy consciente de la tremenda necesidad de aplicar un enfoque diferente.

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“Primero Dios hizo a los idiotas: eso fue para practicar. Después creó las Juntas educativas”

Mark Twain

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Cuando la LOGSE cayó sobre nosotros, se intentó remediar este despropósito cortando a dos los cuatro años anteriores de enseñanza de esta asignatura. Y se nos daban instrucciones que decían que, con la necesaria atención a la música tonal, debíamos además impartir conocimientos sobre músicas anteriores al periodo tonal, y a las músicas situadas entre éste y la actualidad. ¡Ah!, lo olvidaba. También con la necesaria atención a las músicas de otras culturas. ¡Ah! y con “pequeños ejercicios libres” para que el alumno no esté siempre constreñido al seguimiento de unas reglas que muy bien pueden no cuadrar con los deseos de autoexpresión del muchacho. Ante nuestra queja de que, ni era posible hacerlo en tan escaso tiempo, ni la mayoría de los profesores estaban formados para ello, se nos contestaba que debíamos cambiar nuestra metodología, por ejemplo llevándonos los ejercicios de los alumnos a casa para corregirlos. La mayor parte de lo que digo es verificable sin más que mirar boletines oficiales.

Es, por supuesto, un objetivo deseable y bueno conocer toda la historia de la música, de primera mano, de esa forma íntima que sólo da el haber hecho algún pequeño intento de imitar varias de sus manifestaciones históricas. Es deseable y atractivo que el alumno se exprese. Y es mucho más que deseable que el alumno encuentre su propia voz. Pero, concedidos todos esos puntos, habría que añadir la consideración de si es posible lograrlo.

Superhero_Foundation_1Me explico: es concebible, Bach me haga equivocarme, que alguna vez uno de nuestros alumnos esté a punto de ser arrollado por un coche. Es evidente que si a lo largo de nuestra enseñanza lograremos dotarle de una agilidad sobrenatural, típica de cualquier superhéroe, podría escapar a la muerte. Por lo tanto, dotarle de esa agilidad es un objetivo noble y bueno. Pero eso no quiere decir que podamos someter a todos los alumnos a un adoctrinamiento atlético de tipo olímpico, ni que todos los profesores estén en condiciones de impartir tal cosa.

Personalmente yo hubiese propuesto un plan diferente. Al esquema arriba aludido hubiera incorporado más puntos:

 

  1. ¿Qué es deseable que sepa el alumno cuando haya terminado sus estudios?
  2. Vamos a incorporar lo decidido en el punto anterior a lo que debe ser impartido en el aula.
  3. Vamos a comprobar si lo anterior es viable. De no serlo, vamos a elaborar estrategias dotando a los centros de medios para ello, eliminar lo más prescindible para que el alumno no tenga sobrecarga académica y formar a los profesores que así lo necesiten para las nuevas exigencias que les imponemos.
  4. ¿Se nos escapa algo que hubiera que enseñar antes?

 

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“Un maestro del juego o un profesor, que en primer término se preocupara para acercarse lo bastante al “sentido intimo”, sería uno de los peores. Yo, por ejemplo, debo confesarlo sinceramente, nunca dije en toda mi vida una palabra sobre el “sentido” de la música a mis alumnos; si lo hay, no necesita de mí. En cambio, di siempre gran valor a que mis discípulos contaran muy exactamente sus corcheas o semicorcheas. Si llegas a maestro, sabio o ejecutante, conserva el respeto por el “sentido”, pero no creas que puede enseñarse. Por querer enseñar el “sentido”, los filósofos de la historia arruinaron una vez la mitad de la historia universal, iniciaron la época folletinesca y cargaron con la complicidad en mucha sangre vertida. ”

Fragmento de: Hesse, Hermann. “El juego de los abalorios”

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Comienzo por este último punto: el conservatorio siempre ha necesitado una asignatura —nunca la ha tenido— en que se escuche música. De bien poco puede servir que yo explique a un jovenzuelo de 13 años cómo escribir a la renacentista, o a la Debussy si jamás ha experimentado esas músicas. Y no vale decir que si quieren ser músicos ya se encargarán ellos de escucharla: a los ocho años de edad, que es la edad típica a la que entran en nuestros centros, no están formados para ello, y necesitan guía.

Enfocado de esta manera, yo hubiera propuesto varias alternativas:

 

  1. Obviar, por lo menos al comienzo, la armonía tonal. Su enseñanza rigurosa debe comenzar, de forma casi imposible de evitar por la escritura coral, que es justo de lo que tienen menos experiencia aural. Podríamos empezar por otras experiencias armónicas, modales o casi tonales mucho más cercanas a su sensibilidad y experiencia, y dejar la especialización en música tonal —o en renacentista, hindú o expresionista— para asignaturas posteriores. Garantizamos de esa manera la inmediatez de la enseñanza, y la expresión creativa del alumno… a un precio.
  2. Como ese precio es que no impartimos al alumno información sobre la mayoría de las músicas que se interpretan en el conservatorio —cosa que tampoco estaría mal someter a debate—, podríamos por el contrario centrarnos en la música tonal. De una manera rigurosamente historicista, que no histórica. Es decir: elaboremos una enseñanza basada en modelos históricos que se puedan escuchar y de los que haya partitura ordenados no por su cronología sino por su facilidad de aprendizaje. Quitaríamos el estigma de nuestra asignatura de ser sólo teórica y sin repercusiones sonoras, y se encontraría fácilmente hueco para que el alumno elaborase sus propias obras. Con tiempo suficiente, si elaboramos modelos con un referente no tonal el alumno podría comparar diversos estilos, saber con qué puntos se identifica de cada uno y encontrar en estas afinidades criterios con los llegar, en su momento, a encontrar su propia voz… a un precio.
  3. Como ese precio es que los estilos que podrían llegar a verse son escasos, y quizá no siempre familiares al alumno, impartir una especie de metaarmonía, en que explorásemos por comparación obras reales y existentes de diferentes estilos y épocas para abstraer características comunes y pistas que pudieran guíar al alumno en su búsqueda de la propia expresión.

 

Se me ocurren, naturalmente, varias posibilidades más, y cualquiera de las que planteo necesitaría más y mejor desarrollo. Pero no es ese el objetivo de este artículo. Sólo quiero añadir que la elección entre esas opciones pasa por una elección rigurosa de qué tipo de resultados queremos para el alumno. En el primer caso, comodidad con el manejo de elementos armónicos, en el segundo, buen conocimiento de ciertas partes de la historia compositiva, en el tercero, formaríamos personas extraordinariamente creativas, haciéndoles, eso sí, trabajar mucho.

Como fin de este apartado, citaré que en cierto conservatorio superior, en segundo curso les enseñan a hacer invenciones bachianas en la especialidad de composición. ¿A qué no adivináis cuál es el examen de ingreso para entrar en primero? Exacto: hacer una invención bachiana.

Ejemplo 2: sección de moda y complementos

Alice-and-Olivia-Piano-Purse

 

El piano complementario es otra de las cosas que vinieron con la LOGSE, y se siguen manteniendo.No cabe duda de que es muy útil tener una manera comparativamente sencilla de probar armonías, saber cómo suena el acompañamiento de una obra en la que vamos a tocar como solistas, y mil cosas más. Tantas que, como no soy pianista, tuve en tiempos de estudiante un organito lleno de pinzas de la ropa, para tener posibilidad de bajar algunas de ellas con el codo, y otras con la barbilla, para saber cómo sonaban determinadas cosas que quería escuchar.

No obstante, mientras se desarrollaba la LOGSE, la idea me desesperaba. Los instrumentos musicales no son nada baratos, y el piano menos que otros. En su afán de dar una formación completa, estaban condenando al conservatorio a convertirse en un sitio elitista, accesible sólo para familias con una saneada economía.

Utilizando mi esquema anterior:

 

  1. ¿Qué es deseable que sepa el alumno cuando haya terminado sus estudios?
  2. Vamos a incorporar lo decidido en el punto anterior a lo que debe ser impartido en el aula.
  3. Vamos a comprobar si lo anterior es viable. De no serlo, vamos a elaborar estrategias dotando a los centros de medios para ello, eliminar lo más prescindible para que el alumno no tenga sobrecarga académica y formar a los profesores que así lo necesiten para las nuevas exigencias que les imponemos.
  4. ¿Se nos escapa algo que hubiera que enseñar antes?

 

El punto 3 hubiera comenzado por detectar la necesidad de dotar a los centros de docenas de cabinas de estudio, cada una con su piano. Y, como son caros, quizá pianos eléctricos, que, además, si se tocan con cascos, harían innecesaria un aula por cada instrumento. En ese sentido, cuando posteriormente se implantó clave complementario, podríamos haber aprovechado para añadir guitarra complementaria, arpa complementaria y, por qué no, ordenador complementario —que tiene la ventaja de que la mayoría de las familias ya disponen de uno de estos aparatos—. También se hubiera comenzado por formar a los profesores —en los primeros años hubo bastantes casos de alumnos que, viendo que se les exigía más como pianistas complementarios que en su propio instrumento acabaron por pasarse a piano—  para explicarles qué se pretendía de ellos —en el supuesto de que quién tuvo la idea lo supiera con alguna claridad—. Y quizá, sólo quizá, se podría haber encargado a algún experto la confección de algunas lecciones y ejemplos, para que el profesor acabara elaborando los suyos.

Englobo en el mismo tema la obsesión por las asignaturas optativas propias de cada centro. Me parece fantástico que cada conservatorio tenga su propia personalidad. Pero entonces estas asignaturas optativas deberían decidirse por un motivo didáctico. Sin embargo, la exigencia de que las deba impartir un profesor del centro que disponga de horas libres, limita severamente la posibilidad de elección.

¿Formación del profesorado? Nunca olvidaré cómo, cinco años después de la desaparición del procesador de textos llamado WordPerfect, era una de las cosas que seguían ofreciéndonos. Por no hablar de que el uso de un procesador de textos, si bien siempre es útil, difícilmente se adapta a nuestro campo. Y las TIC —Tecnologías de Información y Comunicación—, tan cacareadas, siempre por detrás de la realidad. ¿Cuantos TICqueros son conscientes de que nuestros alumnos son de la generación del móvil, y no del ordenador? ¿De las APPS y no del navegador?

En fin: en un próximo artículo término estas reflexiones y os hablo un poco de mi opinión sobre los contenidos y sobre los deberes.