Febrero

Esta ha sido una semana singularmente cansada, como lo fueron las dos últimas y como, con toda probabilidad, lo han de ser las dos o tres que siguen. Ya lo habréis notado en que no he podido seguir, por el momento, la serie sobre el coral en Bach.

El motivo principal de este cansancio es lo enormemente agotados que están los alumnos en esta época del año. Se les juntan, a los pobres, exámenes del instituto, universidad, conservatorio… Es comprensible. Estamos, a grandes rasgos, en la mitad del curso. Tiempo de no flaquear, de no dormirse, de interiorizar conocimientos, de forma que lo memorizado se convierta en una habilidad y una sabiduría más allá de la mera erudición y aprendizaje mecánico. Pero el caso es que estamos tirando de ellos todos sus profesores a la vez. Y, en consecuencia, tenemos que tirar mucho. En ninguna época del año como en febrero están menos receptivos. En ninguna otra época hay que explicar tan repetidamente los conceptos más elementales. Antes, existía la llamada «semana blanca», una fiesta que les daba a los alumnos y nos daba a los profesores oportunidad de tomar fuerzas en este mes. Ha desaparecido. Yo abogo por su vuelta. Y si es por las largas vacaciones de profesores y alumnos, que nos quiten esos días del descanso veraniego. Todos lo agradeceremos.

Takemitsu revisitado

Volver a Takemitsu es como el regreso a la amada: encanto, calidez y conocimiento de sí. Pocos son los autores que, al releer sus partituras, me producen esa sensación. Y si digo que entre esos pocos se cuentan Bach y Messiaen, entenderéis la profundidad de mis palabras.

Pues el caso es que algunos de mis antiguos alumnos me ha pedido que les hable de Takemitsu. Obviamente, no he opuesto resistencia alguna. Y al repasar su vida, su obra y su técnica, me doy cuenta, quizá con mayor lucidez que nunca, de lo original, lo extraño, de su aproximación a la música. Desde una educación japonesa antioccidental, abrazar la orquesta. Prepararse espiritualmente tocando La Pasión según San Mateo para escribir algunas de las menos bachianas páginas de la historia.

Ojalá a todos nos fuera dado el poder vernos desde fuera, el juzgarnos con imparcialidad. En cierta medida, toda la producción de Takemitsu puede considerarse un comentario a la música de Occidente, y es una de las muchas cosas que debemos agradecerle.

Tan Dun, quizá, pudiera representar un caso similar, aunque no puedo dejar de pensar que, por más occidentalizado, menos puro.

Y, ya que andamos en ello, adviértase la cantidad de veces que he nombrado a Occidente en este artículo. Tras un convulso siglo XX, qué poco hemos tenido en cuenta que, si nuestra música tiene algún valor, debe convertirse en el legítimo legado de todo ser humano, del continente que sea. El eurocentrismo que a menudo lastra a los críticos, ha de ser reconocido y erradicado. Nunca olvidaré el comentario de un senegalés, que reclamaba su derecho a que no se le considerase descendiente tan sólo de los tambores africanos, sino también de Bach y Brahms. Tenía razón. No pocas veces, nuestro aprecio y estudio de otras músicas camufla un espíritu elitista.

Y esto me devuelve a Takemitsu y su disgusto por ser apreciado sólo como japonés. O sus clarividentes comentarios sobre músicas capaces, o no, de resistir el viaje a otras culturas. Pienso que el futuro de la música tendrá mucho que ver con sus opiniones. Y con ese mar sin Este ni Oeste del que le gustaba hablar.