Apuntes para un Manual de Historia del Futuro (1)

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Entre las cosas en que ando entreteniendo mi verano está la relectura de algunos de las obras de ciencia—ficción de los años cuarenta, particularmente el siempre exagerado y siempre entretenido «Doc» Smith. Me llama la atención la escasa capacidad predictiva —más que razonable, la SF siempre se ha hecho para entretener y hasta para educar, no para sustituir a la pitonisa Lola—. Ordenadores del tamaño de planetas, por ejemplo, que no hacen ni la octava parte de lo que hace un móvil moderno. En otros casos, sin embargo, el acierto es absoluto, cosa todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que aún no se había producido la llamada «revolución Campbell», que aportó calidad y rigor al género.
Y se me ha ocurrido pensar en qué opinaran de nosotros los historiadores del futuro. Creo que puede ser una idea divertida aplicada a la música: ¿cómo serán los expertos en música antigua, de los siglos XX y XXI, en un par de centurias?, ¿qué dirán de nosotros?
A partir del próximo artículo, me centraré pues en las corcheas. Voy hoy a permitirme no hacerlo y, con la mayor candidez, plantear unas pocas cuestiones. Espero acertar en mucho de lo que ponga sobre música. En el artículo de hoy no soy ningún experto, sin embargo. Seguro que me equivoco en mucho.
¿Por qué nuestros antepasados del XX y XXI salieron al espacio con medios pobres y chapuceros y se desencantaron de la idea cuando la tecnología ya era madura?
¿Por qué tardaron tanto tiempo en darse cuenta de que la gestión de los recursos planetarios estaba por encima de la autoridad de los gobiernos locales?
¿Por qué se dio una inmunidad a los banqueros superior a la que gozaba cualquier otro ciudadano?
¿Cómo es posible que dedicaran una incalculable cantidad de tiempo y esfuerzo en convencer a la infancia de que los libros normales eran aburridos y pobres?
¿Cómo es posible que desarrollaran una auténtica mitología de cantantes, deportistas y gentes en general que no hacían avanzar a la sociedad?

El ideológicamente impredecible Heinlein inventa un futuro en que los historiadores hablan de nuestra época como las décadas locas. Si bien su razonamiento es en muchos aspectos cuestionable, el nombre no deja de parecerme acertado.