Música: ¿tiene futuro? (y IV). Comentarios a un artículo de George Crumb

En los artículos anteriores traduje el escrito de George Crumb titulado «Música: ¿tiene futuro?» Según traducía tenía serias intenciones de comentar casi cada frase, aportando mi opinión personal, decursos musicales que se han dado en estos treinta y dos años, pequeños acuerdos y desacuerdos que pudiera tener con sus declaraciones…

Tras una pequeña reflexión he decidido no hacerlo así: ni este el sitio en que hacer una aproximación crítica a su escrito, ni me parece interesante aprobar u oponerme a lo que dice Crumb. En su lugar, quisiera aprovechar sus declaraciones para plantear unas pequeñas reflexiones, quizá algo dispersas, sobre el pasado, el presente y el futuro de la música.

El derecho a la primera persona del singular

La ironía de la pregunta de mi mujer se me ha quedado un poco como la nube sobre Cazeneuve. ¿Y por qué no un libro de memorias? Si me diera la gana, ¿por qué no? Qué continente de hipócritas el sudamericano, qué miedo de que nos tachen de vanidosos y/o de pedantes. Si Robert Graves o Simone de Beauvoir hablan de sí mismos, gran respeto y acatamiento; si Carlos Fuentes o yo publicáramos nuestras memorias, nos dirían inmediatamente que nos creemos importantes. Una de las pruebas del subdesarrollo de nuestros países es la falta de naturalidad de sus escritores; la otra es la falta de humor, pues éste no nace sin naturalidad. La suma de naturalidad y de humor es lo que en otras sociedades da al escritor su personería; Graves y Beauvoir escriben sus memorias el mismísimo día que se les antoja, sin que ni a ellos ni a los lectores les parezca nada excepcional. Nosotros, tímidos productos de la autocensura y de la sonriente vigilancia de amigos y críticos, nos limitamos a escribir memorias vicarias, asomándonos a lo Frégoli desde nuestras novelas. Y si cualquier novelista hace siempre un poco eso, porque está en la naturaleza misma de las cosas, nosotros nos quedamos dentro, constituimos domicilio legal en nuestras novelas, y cuando salimos a la calle somos unos señores aburridos, preferentemente vestidos de azul oscuro. Vamos a ver: ¿por qué no escribiría yo mis memorias ahora que empieza mi crepúsculo, que he terminado la jaula del obispo y que soy culpable de un montoncito de libros que dan algún derecho a la primera persona del singular?

Ya Julio Cortázar en el pasaje que podemos leer bajo su foto —y que pertenece a La vuelta al día en ochenta mundos, que es probablemente uno de los libros más parecidos a un blog que pueda imaginarse— criticaba que estuviera mal visto hablar en primera persona. Si bien Cortázar aplica esta reflexión a los escritores de —sus propias palabras— «el continente sudamericano», resultan del todo aplicables a los músicos y compositores españoles, y no me atrevo a decir que hispanohablantes en general porque no domino hasta ese extremo el mundo musical del otro lado del charco. Muy a mi pesar.

Al traducir el artículo me ha llamado la atención la cantidad de veces que Crumb comienza frases diciendo I feel that… (Yo siento que…). Es verdad que traducciones más corrientes al castellano hubieran podido ser Creo que…, Me parece…, En mi opinión… Desde el punto de vista de la corrección de la traducción creo haber hecho mal. En cambio me parece que manteniéndolo de esta forma he mostrado que Crumb en concreto y probablemente el mundo compositivo angloparlante en general no son reticentes a dar puntos de vista propios —la construcción es enormemente frecuente en inglés—.

Cortázar nos hace ver en sus declaraciones que sin naturalidad, sin poderse uno referir a sí mismo, el humor es improbable. También es el caso en música.

En mi opinión(¡…yo siento que…!) un mal endémico del mundo musical español es la costumbre de decapitar a cualquiera que asome la cabeza. Como resultado, hay pocos que se atrevan a hablar de cualquier tema musical con naturalidad. Y, por desgracia, entre los que si que lo hacen no faltan aquellos que parecen creerse indispensables, proféticos… De nuevo, falta de sentido del humor.

Supongo que una pregunta con que Crumb jamás tuvo que enfrentarse fue: «Si ya Bach lo ha hecho todo tanto mejor que tú, ¿por qué intentas componer?». Para ser justos, a veces donde escribí Bach dicen Beethoven. O Brahms. O, en casos que deberían denunciables judicialmente, cualquier cantante de moda. Algo he respondido ya a esto en los párrafos anteriores. Algo más diré en los párrafos finales.

«El futuro será hijo del pasado y del presente, incluso si es un hijo rebelde»

¿Qué decir de esta frase? Pues en primer lugar que la encuentro bastante cervantina. Pero con mucho mayor interés: Crumb demuestra que nos ve como parte de la historia. Una falsa idea evolutiva sobre las artes pretende que cada época sea una especie de culmen. Nada más falso: el barroco no es inferior —ni superior— al clasicismo por ser anterior. Por el contrario: somos los sucesores de los que vinieron antes, los antepasados de los que vendrán después. Como ha sido el caso de todas las generaciones artísticas, con la posible excepción del primer cavernícola —llamémosle Zorg— que aporreó rítmicamente una piedra y decidió convertirlo en un ejercicio habitual.

Amamos o rechazamos la música que hemos recibido. Nuestros amor y rechazo serán a su vez juzgados por las generaciones futuras. La postmoderna actitud de decretar que la historia ha terminado será, estoy seguro, una de las actitudes que más burla causarán a nuestros nietos.

Tanto la gente que niega el pan y la sal a los compositores contemporáneos como los pocos que sienten por ellos una reverencia acrítica olvidan que somos un punto dentro de una línea que arranca en remoto pasado y que acabará en un futuro difícil de imaginar.

Diógenes

Diógenes vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que vivía en una tinaja, en lugar de una casa, y que de día caminaba por las calles con una linterna encendida diciendo que “buscaba hombres” (honestos). Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco (hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él). El principio de su filosofía consiste en denunciar por todas partes lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al máximo sus necesidades.

Frecuentemente he aludido a que los músicos estamos convirtiéndonos en guardianes de museos. Me temo que voy a tener que ponerme más severo y decir que estamos rozando el síndrome de Diógenes en música.

En su artículo Crumb se refiere a las amplísimas expansiones, histórica y geográfica que han ocurrido en el siglo XX. ¡Quién sabe qué opinaría de este siglo XXI en que esas expansiones son aún mayores, y el acceso a ellas más sencillo! Pero como todo tiene un precio, el resultado es que nadie puede tener un conocimiento completo de la historia de la música. El mayor experto, por ejemplo, en Mozart, puede no saber que hace unas pocas semanas se ha descubierto una obrita suya de cuando contaba once años de edad. Y, claro, veneramos esa pieza —que no está mal, pero de ahí no pasa— porque es de Mozart.

Me hace feliz pensar que existe tantísima música que nunca la conoceré toda. Y que la mayoría de ella está a mi alcance. Ahora bien, debemos tener un respeto solamente relativo o nos enfrentaremos al problemas de, por querer conocer las mínimas minucias, perder de vista el panorama completo. Yo he asistido a discusiones sobre ornamentación barroca en que se argüía sobre las diferencias de interpretación entre un palacio y otro a unos veinte kilómetros de distancia.

La especialización en épocas, estilos o culturas está muy bien, y es, en alguna medida, necesaria para un conocimiento profundo de ciertos temas. Pero la magnitud de la materia musical que abarcamos es tal que podemos vivir decadentemente de novedades del pasado, o de otra cultura sin escuchar jamás nada de reciente creación. Una actitud cómoda, relajante, satisfactoria. Pero escasamente atractiva para quién piense que cada época tiene su personalidad y requiere por ello su voz. Personalmente no creo en el culto a los antepasados. Los respeto, aprendo de ellos. Pero bien quisiera que mis hijos musicales estuvieran más cerca de mí que de, por ejemplo, el anteriormente aludido Zorg.

Música y Naturaleza

Crumb plantea también una vuelta a la consideración de la música como una plasmación de la Naturaleza. Por supuesto, expresada en estos términos es una declaración que da pavor, sobre todo por la cantidad de injusticias que se han cometido contra compositores escudándose en algo parecido. Yo mismo he refutado más de una vez la adecuación de este concepto (véanse la página 9 y ss. de este cuadernillo). Pero no nos precipitemos; Crumb habla de una base fisiológica de la escucha. Y lo que es más, expresa que es producto de la aculturación, educación y entorno del compositor (nada cuesta extender el concepto a los oyentes). Siendo así el concepto puede perfectamente estudiarse. Y sería extraordinariamente revelador hacerlo. Creo que jamás debemos poner límites a la música, pero quizá pudiéramos comenzar a vislumbrar la existencia —creo en ella— de unos universales lingüísticos de la música.


«Había practicado escalas en cuatro modos y diecinueve tonos, innumerables acordes, intervalos jamás imaginados en los Planetas Centrales»

Quizá hace dos millones de años las criaturas de un planeta de alguna remota galaxia se encontraron una crisis musical similar a la que los compositores terráqueos enfrentan hoy. ¿Es posible que esas criaturas hayan existido durante dos millones de años sin nueva música? Lo dudo.

No podría enumerar completamente por cuántos motivos me apasiona esta frase, el colofón del artículo de Crumb. Pero haremos un tímido intento.

Futuro

Obviamente Crumb no cree en una historia estancada. Los habitantes de su planeta, concebiblemente también los habitantes del nuestro cambiarán, y su música con ellos. Ignorar ese camino es apartarse del mismo y evadir cualquier posibilidad de ser parte del futuro. Como hermosamente dice el autor «…la música continuamente reinventará el mundo en sus propios términos». Y es indudable que algunos cambios enormes están ahí, y no parecen haber sido advertidos por todos los llamados clásicos. No es que me parezca el más significativo, pero, por ejemplo, ¿nos hemos dado cuenta de que la música electroacústica es con diferencia la más escuchada de la historia de la humanidad? Sintetizadores, guitarras eléctricas, bajos eléctricos, postproducción digital, manipulación en tiempo real por parte de los DJs… El pop gustará más o menos, pero los que atacan la música contemporánea por su escasa difusión no pueden permitirse ignorar este argumento.

Pero ese es caso trivial y de poco interés. De nuevo, como dije al principio, admiro esa capacidad de vernos como un punto en la línea que une futuro y pasado.

Símbolos

¿El Star-Child?

Recomiendo encarecidamente a cualquiera que no quiera recibir una información excesiva sobre el tema que no me consulte sobre el uso de símbolos en Crumb. Tuve en una ocasión el placer de asistir a una charla que dio en Madrid, y el placer aún mayor de poder preguntarle algo que siempre había sospechado: si su uso de símbolos respondía a un sistema de creencias, o, más bien, a un espíritu de juego. Me respondió, para mi alegría, que mi sospecha era acertada: el uso respondía a ganas de jugar.

Me hubiera gustado tener ocasión de hacerle una pregunta más: ¿a qué corresponde el símbolo del Star-Child? Mi sospecha, que puedo fundamentar, es que a la imagen final de la película 2001, una odisea en el espacio. Pero aunque así no fuera, hay dos cosas que son irrebatibles:

  1. Crumb, compositor contemporáneo, emplea símbolos contemporáneos, como por ejemplo planetas de galaxias lejanas. No le es pues ajeno el mundo de la ciencia-ficción. Y emplea símbolos actuales para públicos actuales. Ignoro en qué medida el uso de simbolismos tomados de bestiarios medievales fuera a afectar el gusto de audiencias del presente. (Ejercicio para curiosos: sin usar google decir de qué era símbolo el pelícano en tales bestiarios.)
  2. Una vez más: Crumb opina que habrá un futuro. Nada cuesta, sea esa o no la intención de Crumb pensar en ese niño estelar como la imagen de que la humanidad es perfectible, de que nosotros somos ese niño que engendrará al adulto de mañana. Si la idea parece demasiado grandiosa, limitémosla a sus aspectos compositivos y veremos que no deja de ser lo que hemos estado leyendo durante todo el artículo. Somos pues ese niño, que crecerá para dar lugar a los hermosos frutos del futuro. Como nosotros somos los hermosos frutos del niño barroco.

«Dicen que no hay nada nuevo bajo el sol. Pero si cada vida no es nueva, cada vida individual, entonces ¿para qué nacemos?»

Este título es una cita de la extraordinaria novela de ciencia ficción Los desposeídos, de Ursula K. LeGuin (por cierto el título de todo el apartado, el de los cuatro modos y diecinueve tonos pertenece a otro relato de ciencia ficción, La Polilla Lunar, de Jack Vance).

En la novela en cuestión se habla de un planeta que, contra la oposición del mucho más poderoso planeta vecino intenta vivir sin gobierno. Las imperfecciones de la mayoría de los humanos hacen que el sistema sin gobierno tenga sus corruptelas, que luego son comparadas (más favorablemente) con las del otro planeta. El libro es una profunda reflexión sobre el ser humano y su sociabilidad, pero, salvo recomendarlo, sólo quiero hacer una referencia más al mismo: Ketho, un miembro de la raza más antigua del universo, que ya ha probado todo y está cansada es el que hace la declaración antes aludida. Poco lo importa que todo haya sido ya hecho: él no lo ha vivido.

Y eso debe importarnos: ¿dejaremos de amar porque ya se haya amado en el clasicismo?, ¿de comer porque los barrocos ya lo hacían?, ¿de tener hijos porque ya lo hicieron los antiguos sumerios? Pues entonces, ¿qué sentido tiene que dejemos de componer, de buscar, de crear?

Vivimos en un mundo que está estallando en todas direcciones, que está proporcionando posibilidades jamás imaginadas. Un mundo diverso en que se empiezan a vislumbrar ciertas libertades jamás imaginadas antes. Por supuesto que la música tiene futuro: muchos futuros. Un futuro tan amplio que hasta los que quieren congelar el pasado tendrán cabida en él… …con medios modernos.