Carta abierta al conservatorio “Tahonas Viejas”

Nota previa.

El presente artículo se pensó, en principio, como escrito para ser leído en la sección de “Ruegos y preguntas”, de algún claustro del Conservatorio “Tahonas Viejas”. La reciente arbitrariedad sobre qué escritos pueden ser leídos y qué temáticas aludidas en los claustros, me lleva a preferir exponer mi opinión en forma pública, en un espacio que pago yo y en el que por ende no tengo cortapisas. Lo lamento puesto que soy de la opinión de que los temas de carácter interno deberían ser resueltos en forma interna, pero para eso hace falta la voluntad de dialogar.

Queridos compañeros:

Muchos de vosotros sabéis que nunca he ocultado mi orgullo y mi alegría por pertenecer a lo que hasta ahora venía siendo un centro lleno de buenos profesionales, con un trato cordial entre ellos, un enorme interés por los alumnos (que, en consecuencia, resultan ser a veces excepcionales) y unas ganas tremendas de hacer música. Ese ambiente se está deteriorando a una velocidad de escalofrío, y quisiera aportar mi humilde esfuerzo para evitarlo.

No voy a aludir a circunstancias concretas, en parte porque estoy aireando este tema de forma muy pública, pero sobre todo porque tengo la sensación de qué tratadas de otra forma hubiera podido llegarse a una solución más satisfactoria, o, como mínimo, menos contestada.

¿Qué es un Conservatorio?

La respuesta burocrática

Un conservatorio es un sitio al que vamos a realizar un trabajo por el que se nos paga, a cumplir un horario y a no vulnerar la ley. Para asegurarnos de este último punto es buena idea que todo tema, trámite o discusión que no esté recogido de forma específica en las leyes vigentes sea obviado como no perteneciente a las funciones asignadas a cada organismo específico.

La respuesta pedagógica

Un conservatorio es un sitio al que asistimos para intentar despertar en nuestros alumnos interés y entusiasmo por la música, procurando que los enseñandos vayan logrando una autonomía cada vez mayor con respecto a los profesores. El necesario respeto a la individualidad de cada persona nos lleva a escuchar distintas interpretaciones, sean estas musicales o no. Y no olvidemos jamás el impresionante título que da Boulez a un artículo sobre Messiaen, su maestro: “La omnipotencia del ejemplo”. En efecto, que los alumnos descubran que sus profesores son músicos en activo, que todo el laborioso proceso de aprendizaje lleva a resultados útiles es con frecuencia una herramienta más poderosa que cualquier cantidad de clases.

Insistiendo en el tema del respeto a la individualidad puede afirmarse que hasta las leyes la recogen en varias formas, que abarcan desde la muy tópica expresión “atención a la diversidad” hasta los intentos porque cada centro tenga asignaturas que le sean propias y definan su identidad.

Pues la identidad de un centro reposa de manera específica en la interacción entre sus profesores, y cómo se manifiesta con respecto a los alumnos. Un conjunto distinto de profesores va a dar un resultado distinto, quizá no peor, pero ciertamente diferente. Un Conservatorio consciente de sus señas de identidad hará por potenciarlas y mantenerlas, en ningún caso por suprimirlas. Un centro de enseñanza en que la actitud institucional resulte excesivamente legalista y burocrática es un centro que será intercambiable por cualquier otro. Y un centro en el que, ciertamente, estaremos lejos de obtener los mejores resultados posibles para el alumno.

La situación actual del Centro

Llamar “convulso” al actual estado de las cosas en “Tahonas Viejas” es usar una expresión excesivamente aséptica. “Discusión continua”, “mal ambiente” y a veces “pelea de perros callejeros” son otros circunloquios que pueden haber llegado a la mente de quien haya vivido los acontecimientos recientes.

Como dije, no voy a aludir a circunstancias concretas. Ha habido, sin duda, decisiones injustas, que pueden o no haberse tomado de manera equivocada. La discusión de tales acontecimientos no va, por el momento, a conducir a ninguna solución útil, pero puede sin duda realizar dos servicios de enorme importancia:

  1. Va a permitir conocer la opinión de los diversos profesores sobre el tema, dejando así que nadie se sienta atacado en su derecho a la libre expresión.
  2. Y va a lograr que se llegue a conclusiones sobre si lo sucedido ha sido o no fruto de un error de interpretación. Esto redundaría en que dicho posible error no se reprodujera en futuros cursos. Podría, además, ser la semilla a partir de la cual se procurase paliar, compensar o resolver esa equivocación en próximas ocasiones.

Lanzo pues mi primera propuesta, que está destinada a los oídos de la actual directiva: os ruego que abandonéis la costumbre de decidir de qué temas se puede hablar y quién puede hacerlo. Sería además una muestra de cortesía que no abandonarais el Claustro cuando según vuestro criterio los temas están suficientemente discutidos o no os parecen pertinentes. Una actitud así a principios de este curso hubiera evitado en buena medida la reciente crispación. Su ausencia, sumada a un trato diferente (sólo hablo del Claustro, que es lo que veo) a distintos profesores, tales como llamar al orden a algunos y no a otros, redunda en una ira soterrada que sólo puede ir en aumento. Temo que a estas alturas la adopción de tal medida no sea suficiente si no va acompañada de una declaración explícita de que es actitud que piensa mantenerse en el futuro, o del rechazo del cargo directivo si no abandonáis ese proceder. Un cargo directivo no implica sólo privilegios, poder decisorio y gobierno del centro. Se asume también una responsabilidad sobre el ambiente y funcionamiento del mismo y sobre el mantenimiento de sus señas de identidad.

Mi segunda propuesta va dirigida al conjunto de mis compañeros, de quienes tantas veces he tenido ocasión de estar orgulloso. Os ruego que mantengáis la cortesía en el claustro y fuera de él. Una palabra destemplada, fruto quizá de una indignación comprensible, calienta un ambiente que ya está próximo a la ebullición. Es bueno pensar que otras personas pueden tener puntos de vista diferentes sin que ello sea debido a mala fe o intereses personales. La división del conservatorio en bandos sólo conduce al rechazo general de lo que opinan los contrarios (que pueden a veces no estar equivocados) o a la aceptación general del ideario de los propios (que puede no ser uniformemente acertado). Si como músicos a veces no estamos de acuerdo en algo sencillo como un tempo, y es buena la discusión sobre ese tema para alcanzar una gran interpretación, cuanto más necesario será esto sobre temas de mayor complejidad y que hemos estudiado menos.

Me despido disculpándome por el atrevimiento de daros consejos sobre comportamientos adecuados. Y con el recordatorio de que somos músicos, en general muy buenos músicos. Hagamos gala de ello y no nos convirtamos en burócratas chupatintas, que se nos daría bastante peor.

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Enrique Blanco Rodríguez: miembro del Claustro del Conservatorio Profesional de Música de Salamanca