La sonata pedagógica (2C.—Termina el desarrollo. Recapitulación.)

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[pullquote]Típicamente el final del desarrollo de la sonata va presentando sus elementos a una velocidad cada vez más endiablada, para crear cada vez más tensión hasta llegar a la retransición[/pullquote]

De cómo los profesores no admiten que todos los alumnos son excepcionales.

Esto me recuerda a una promesa de un político norteamericano que proponía la elevación de los sueldos hasta que todos los salarios estuvieran por encima de la media. No. Todos los alumnos son individuos, con sus peculiaridades y particular forma de ser. Cada alumno es único, con sus defectos y virtudes, que haremos bien en considerar y atender. Pero no es posible considerar a todos ellos como genios en ciernes. ¡Ojalá! En cualquier caso nuestro cometido es impartir unas capacidades mínimas. Si el alumno es capaz de mucho más que eso, nos entusiasmamos. Si es capaz de muchísimo más que eso, a lo mejor hay que atenderle de manera distinta.

De cómo los profesores pretenden impartir conocimientos, no competencias.

Sobre este tema, creo que hay una trampa oculta: se está entendiendo, imagino, que por conocimiento implicamos memorizar datos inservibles y sin contexto (por todos los foros veo que el ejemplo que se pone es “memorizar la lista de los reyes godos”). Voy a poner como ejemplo a mi hija, que aprendió el año pasado lo que en matemáticas llaman ahora, al parecer, las “identidades notables”. El caso es que las memorizó y las olvidó enseguida. Este año, al notar que tenía dificultades para resolver ciertos problemas se las recordé, y le hice ver cómo se aplicaban en muchos contextos distintos. Ahora las ha vuelto a memorizar por usarlas a menudo. Y si las vuelve a olvidar (no creo), sabe dónde y para qué buscarlas. Pero no es posible impartir una competencia general en las matemáticas sin aplicarlas con algún contenido concreto. Y lo mismo, ciertamente, para otras disciplinas. Si cada vez que un alumno mío tiene que escribir música necesita consultar qué es un acorde mayor, puede que acabe una frase de ocho compases cuando ya hayamos colonizado Marte.

De cómo los profesores no desean usar nuevas tecnologías, no estamos actualizados ni deseamos ser innovadores y de cómo los pedagogos toman la palabra “innovación” como sinónimo de “bueno”.

powerComienzo por negar la premisa mayor: usamos las nuevas tecnologías. La cosa es cómo las usamos. No hace tanto que Internet se llenó de memes (creados normalmente por alumnos) en el sentido de que “leer una presentación de PowerPoint no es dar clase”. Los alumnos, que no son tontos, rechazan, y hacen bien, la idea de una enseñanza pasiva, en que se pierde la interacción alumno/profesor. Las presentaciones no son interactivas. Personalmente empleo presentaciones de vez en cuando, hechas por mi, no bajadas de Internet, no hechas con PowerPoint (me desagrada que se me obligue a usar un programa concreto) y siempre pensadas como apoyo para lo que quiero explicar, no como la explicación en sí. Los ejemplos que hago para mis alumnos los paso al ordenador. Digitalizo y subo a YouTube las falsificaciones pedagógicas (obras escritas como ejemplo) que les presenta. flipped[pullquote]Dad al juglar que no esté práctico en su oficio,
espadas para lanzarlas y recogerlas otra vez,
monedas para rodarlas y reunirlas de nuevo,
hombres a quienes herir y curar enseguida,
serpientes a quienes encantar y engañar,
y quedará herido por su propio acero,
desobedecido por sus serpientes,
engañado por su torpeza,
burlado y despreciado por su propio pueblo.
No le ocurre así al juglar inteligente:
una pizca de polvo, una flor marchita,
una fruta caída o un báculo prestado
es todo lo que necesita para afianzar su poder
¡sujetando el hechizo o desatando la risa!
(Kim, Rudyard Kipling)[/pullquote]Mantengo un blog (estáis en él) y tengo un grupo en Facebook al que les subo partituras y grabaciones. Tengo la peor opinión posible, eso sí, de cosas como Moodle, o de crear redes sociales independientes para los alumnos. Nos pongamos como nos pongamos, ellos quieren las redes de moda, Twitter, Facebook, Instagram. Y como las van a tener, es mejor que las usemos y no creemos novedades que están condenadas a ser efímeras. Mis compañeros de conservatorio, a lo largo de años me preguntan a menudo por programas de edición de partituras y de secuenciación. Menos unos pocos de esos que se autodenominan “negados informáticos”. Hoy por hoy la gente tiene ordenador como tiene en casa nevera: son elementos cotidianos (y las tablets y los móviles, que el ordenador va cayendo en desuso), y santificarlos con la idea de que son TICs (Tecnologías de Información y Comunicación) es tan irrelevante como santificar la pizarra. Aquí al lado tenéis una cita de Kipling bastante pertinente, creo.

Termino este punto comentando que la innovación tecnológica debería ser estudiada en profundidad. ¿Mejor Moodle que HTML5? ¿Por qué? ¿Debería haber un técnico informático por cada cierto número de profesores? ¿Debemos obligar a los alumnos al uso de un software (o un hardware) concreto para que sean compatibles con nosotros?

La innovación de verdad es esa chispa que te lleva a improvisar un ejemplo, una broma, un diálogo o algo que clarifique lo que impartes.

De cómo los profesores no tienen suficientemente en cuenta las inteligencias múltiples, particularmente la emocional.

Ni entro en si la inteligencia emocional existe o si los neurólogos la niegan (como por cierto niegan a menudo las “neuronas espejo”). Baste decir que procuro dar a mis alumnos todos los conocimientos que puedo, integrados en un sistema de valores que resumiré como amor a la música. Su curiosidad, su iniciativa, su interés es la que va a hacer que empleen sus capacidades (incluyendo quizá la inteligencia emocional) para crecer a partir de ellas.

De cómo los profesores mandan trabajos para hacer en casa, robando así la infancia del alumno.

Me autocito:

Permitidme, ahora que están de moda los cocineros, un ejemplo absurdo. Supongamos la existencia de un delicioso plato, denominado, por ejemplo, “ternera a la Bach”. Supongamos también la existencia de una escuela de cocineros, en la que las clases de cómo preparar ternera estén limitadas a una hora por semana. Y supongamos, por último, que la elaboración de la “ternera a la Bach” supone una elaboración de al menos hora y media.

Probablemente los pasos necesarios para la elaboración de la receta se puedan contar en bastante menos de una hora. Casi con seguridad se pueden proyectar fotos de los distintos colores y texturas que tiene que ir adquiriendo este manjar a lo largo de su elaboración. Pero es imposible tener la experiencia real de cómo se hace sin cocinarlo: en las clases no da tiempo. Y estoy seguro que dejarlo a medio hacer en una clase, congelarlo cuando suene la campana,  y terminarlo en la siguiente no ayudará al sabor del plato. Por no hablar de la riqueza de matices que le dará el cocinero aprendiz cuando decida el punto exacto de color, textura y salazón que él quiere dar a su versión de esta delicia. O sea, que necesitará elaborarlo fuera del horario de clases. Probablemente, en varias ocasiones.

De forma semejante, algunos contenidos requieren ser elaborados y asimilados de forma individual, en toda forma de enseñanza. Sea por falta de tiempo en clase, sea por la necesidad de trabajar de forma íntima, no todo puede ser aprendido en las clases.

Otra cosa, totalmente distinta, es el abuso en la cantidad de deberes para casa. Aunque soy profesor viejo, no se me agota la novedad de ser padre, y me desespera, por ejemplo, ver que mi hija, por quinto o sexto año consecutivo, ha tenido deberes de matemáticas en que empezaba por descomponer números en unidades, decenas, centenas… Si repetimos contenidos durante varios años, estamos, lo primero, inflando artificialmente la cantidad de materia de cada año. Lo segundo, como los alumnos no son tontos —esto debería constituir el primero de todos los artículos de fe de un buen profesor—, dándoles a entender que si no lo aprenden bien este año, ya lo harán otro. Y son deberes sobre deberes, que ya podrían estar asimilados hace un tiempo.

Retransición

De cómo los profesores no preparan al alumno para la sociedad ni para el mercado laboral y de cómo los pedagogos se basan a menudo en ideas que son más cuestión de fe que corroborables con la realidad, tanto en términos de científicamente verificables como de adecuación a la sociedad y medios existentes en los centros.

[pullquote]La retransición es el final del desarrollo. Sirve para redirigirnos a los temas iniciales.[/pullquote]De nuevo me autocito:

Se habla, cada vez más, de “formar al alumno para el mercado laboral”. Como iré comentando, la idea me da escalofríos, pero aceptémosla. ¿Deberíamos enseñar a los alumnos como funciona el lector de códigos de barras del supermercado? ¿Hacer quizá prácticas de cómo cobrar a los clientes? ¿Con una especial atención al cliente que siempre se queja? ¿Instrucciones sobre cómo tratar al que siempre se intenta colar en la fila de espera?

Asumamos que esto no os parece una pesadilla y que sentís que, efectivamente, planteo algo de enorme utilidad: sería, incluso así, totalmente inefectivo. Los lectores de código de barras son relativamente recientes. De la misma forma, lo que se use cuando nuestros alumnos alcancen la vida laboral será relativamente reciente, distinto y más efectivo. Códigos QR, quizá, si juzgamos por la tecnología que ya existe. O a lo mejor la gente va a hacer todas la compras por Internet. O algo distinto. El mercado laboral, sobre todo en el sector de servicios cambia de forma continua. Y, desde luego, en los servicios más de entretenimiento, el cambio constante es una de las características necesarias y predominantes.

¿Los enseñamos, en cambio a entender cómo funciona un código de barras? Ah, no, que por ahí aparecen las bases binarias y esas cochinadas de los matemáticos.

De cómo la estructura profesor-alumno es jerárquica, lo que se refleja hasta en la disposición del aula.

En distintas artes se habla de romper la cuarta pared como de integrar al público en el espectáculo. Disposiciones circulares de sillas, pedir a alumnos que expliquen cosas, que expongan trabajos, que propongan temas son cosas no ya que hagamos todos, sino que hacían en su momento conmigo. La cuarta pared lleva rota mucho tiempo. Otra cosa son las consideraciones prácticas, que pasan desde que no se puede sacar al alumno del centro educativo sin permisos, seguros, consentimiento de los padres, etc, a que el profesor debe dirigir la clase, como los actores deben llevar la obra. Más que nada, porque se la saben. ¿Jerarquía? ¿Es superior el actor al público o simplemente tiene otra función?

De cómo los profesores no son recompensados por un buen trabajo ni penalizados por uno malo.

Pregunto: ¿quién juzga? Sería muy bueno recibir recompensas por trabajar mucho y bien. Lo malo es que es de temer que eso se corrija de forma cuadriculada. Hace años, en la vana esperanza de conseguir una licencia por estudios en la que iba a elaborar un libro de enseñanza de la música reciente vino una inspectora a evaluarme, por sorpresa. Al acabar vino a preguntarme si de verdad yo llevaba siempre conmigo discos y partituras o me habían dado el soplo de que venía. Me horrorizo de pensar que se pueda considerar que un profesor de música con libros y partituras sea algo extraño. Aunque encantado si con eso me pagan más. Otra cosa es que la excelencia se juzgue por poner sobresalientes a mansalva si no son merecidos.

De cómo los pedagogos escriben y amonestan en una lengua incomprensible, que, a veces, pudiera encubrir una total ausencia de significado.

Nada que añadir, señor fiscal, a estos documentos.
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Recapitulación

[pullquote]La recapitulación (reexposición en terminología antigua) en una sonata es una vuelta a los temas iniciales que, en cierta medida, la tonal al menos, quedan en menor oposición.[/pullquote]Recapitulación a la Chopin: sólo una vaga sugerencia de los temas. Visto lo visto, mis conclusiones, que espero que compartáis son:

Grupo temático A

  • No deberíamos juzgar a todos los pedagogos por las trastadas de algunos de ellos. Pero habría que hacer lo posible para que esos “algunos de ellos” no sean los que determinen los planes de estudios.
  • Los profesores no somos el enemigo de nadie, ni tan cavernícolas como se nos hace ver. ¿A quién interesa dañar nuestra figura? ¿A quién quiere una sociedad sin cultura?

Grupo temático B

  • Los pedagogos deberían elaborar sus ideas partiendo de experiencias reales en aula. Incluyendo todo lo que el método científico dicta, como grupos de control y que la capa de alumnos “experimentales” sea estadísticamente válida.

Coda

Algún día, espero, lo que dictara la conducta de pedagogos y profesores será el interés en la cultura y el aprendizaje para construir una sociedad futura mejor. Ingenuo, lo sé.

5 comentarios en “La sonata pedagógica (2C.—Termina el desarrollo. Recapitulación.)

  1. Muchas gracias por compartir con nosotros tus exposiciones, desarrollos, conclusiones…. Estoy seguro que esta Sonata pedagógica abrirá un nuevo camino en nuestro maravilloso trabajo. Porque, quisiera añadir, si cabe, que nuestra profesión es maravillosa, que cuando efectivamente buscamos la forma de transmitir algo de manera que todos los alumnos lo entiendan estamos contribuyendo al desarrollo del alumno que acaba comprendiendo y al nuestro propio como profesores y personas. He compartido en facebook esta entrada, con el siguiente texto como comentario:
    «La innovación de verdad es esa chispa que te lleva a improvisar un ejemplo, una broma, un diálogo o algo que clarifique lo que impartes.» Es una de las perlas que Enrique Blanco nos deja en su «Sonata pedagógica», una serie de artículos en su blog que encarecidamente recomiendo a todo aquel profesor de música con verdadera inquietud y esperanza en que, «lo que dictará la conducta de pedagogos y profesores, algún día, será el interés en la cultura y el aprendizaje para construir una sociedad futura mejor», aunque le traten de ingenuo.

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  2. Magnífico, Enrique. La viñeta, estupenda. La cita de Kipling, genial. La coda de Antonio José, fantástica. Y además das en el clavo: yo también quiero pensar que algún día todos coincidamos en que la cultura, el conocimiento es en sí mismo un valor y no es necesario buscar excusas para no reconocer algo tan importante. No solo comparto las conclusiones sino el artículo por completo. Gracias.

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