Ramin Dwajadi y la música de Westworld

yo

Anthony Hopkins en el papel de Robert Ford.

En estas últimas semanas un grupo de amigos virtuales (y que lo serán, seguro, en persona, si se da la circunstancia de que alguna vez compartamos ciudad) me han liado para ver la nueva serie “Westworld”, casi a la vez del estreno de cada capítulo. Las tertulias nocturnas a golpe de teclado, teoría viene, hipótesis va, chiste por aquí, imagen por allá, después de cada episodio han sido toda una delicia intelectual y afectiva, y quiero darles a todos ellos las gracias. También por hacerme ver la serie, de la que sólo diré que es la obra televisiva que me has me ha interesado en mi vida. La recomiendo. Pero no es de eso de lo que quiero hablar.

Me siento de muchas formas insatisfecho con el papel actual de los compositores. Considero que quienes componemos somos parte de la sociedad, y me agradaría que así se nos viera, y como tales se nos empleara. Tengo cada vez menos respeto por la figura del compositor hiperintelectualizado que cree estar haciendo un bien a la sociedad por escribir obras que sólo van a tocarse una vez (nadie reestrena). Y aún menos respeto tengo por el compositor que no sé si llamar ”“populista”, que hace obras “al alcance del público”. La composición, defiendo, existirá mientras exista la humanidad, pues es parte esencial de nuestra condición, como lo es contar historias o como lo es mantener relaciones. Uno escribe, si puede, lo que debe escribir. Si la sociedad aún no lo entiende, quizá sea por esa creciente costumbre social de abaratar lo excelente para que todos seamos más iguales y menos individuales.

La composición debería estar integrada en la vida diaria. Como profesor de conservatorio que soy, procuro atender cualquier propuesta pedagógica de mis compañeros, con obras en que en lugar de expresarme con total libertad (para eso tengo otras obras y posibilidades), venzo, o ayudo, más bien al alumno a vencer, la dificultad técnica que me haya pedido su profesor. De la misma manera que tengo mis propias piezas pedagógicas para mis alumnos. Se llama oficio, y creo que el que lo tenga y no lo use para estas cosas, que otros estiman pueriles o indignas, no está ayudando a que la composición tenga el papel que la sociedad necesita que tenga. Berio quería, no sin razón, que la música fuera un continuo que abarcara, sin hiatos, desde las músicas más sencillas y populares a las más complejas y refinadas.

¿Somos acaso conscientes que la música llamada clásica más escuchada y difundida es la de las bandas sonoras de películas y series televisivas? Igual que la televisión está adaptándose, con éxito, a este invasor bienvenido que es Internet, quizá debamos aportar nosotros otras soluciones que la manida (y por muchos temida) sala de conciertos. Pero no es de esto tampoco de lo que quiero hablar.

Supe conscientemente de la música de Ramin Dwajadi al escuchar la pieza introductoria de “Juego de Tronos”, que luego adapté para explicar con su ayuda el coral bachiano (aquí está el primer artículo de la serie, desde el que se vinculan los otros dos que completan el ciclo). Desde entonces le he seguido con alguna atención, porque su trabajo me parece sorprendentemente vigoroso. Basado en técnicas casi siempre de principios del siglo XX (aunque no deja de haber cosas más recientes), su música es consecuente con la imagen, y, sobre todo característica e individual. Un compositor eficiente. No diré que un gran compositor sin conocer su obra exclusivamente musical, pero ojalá no los hubiera peores.

 

Música para los créditos de inicio de Westworld.

 

Los “showrunners” (qué palabreja horrible) de Westworld han pedido a Ramin para la música de esta serie que además de componer música propia, adapte en ciertos momentos piezas provenientes del mundo del rock (en algún caso también ragtime y hasta Debussy).

 

“Paint it black” de los Rolling Stones, en versión de Dwajadi.

 

A más de un compositor conozco que hubiera rechazado la idea, en algún caso por motivos de “dignidad” y en algún otro, crematísticos. Aunque es evidente que tarde o temprano algún compositor hubiera dicho que sí, me agrada que lo haya hecho Dwajadi, que no tiene ya necesidad de aceptar encargos que le disgusten. Sus adaptaciones han resultado muy competentes, pero tampoco voy a juzgar eso. Lo que me parece bastante admirable es su intento de, digámoslo así, hacerse útil. Que considero que es uno de los caminos que debería adoptar la composición para sobrevivir con presencia en la sociedad.

 

“Exit music (for a film)”, de Radiohead, en versión de Dwajadi.

 

Pero el debate sobre cuáles sean esos caminos no sé podrá abrir mientras sigamos en un mundo compositivo en que las voces dominantes son las de los compositores “flor de invernadero” y las de los que insultan al público mimándole.

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