Dúplice (1)

Hay veces en que todo parece relacionarse. Anoche leía en el blog de Michael Colgrass un artículo sobre si el compositor escribe para sí mismo o para el público. La eterna pregunta. Contestes lo que contestes, estás perdido. Si escribes para tí eres bicho raro, onanista y desprecias al común de los mortales. Si escribes al gusto del público, no tienes una sola idea propia, ni criterio o personalidad para hacer valer lo tuyo.
La respuesta de Colgrass me agradó bastante: comienza por una comparación con las conversaciones, en que supone que nadie habla sin tener en cuenta que hay interlocutores (p. ej., nadie habla en japonés en un grupo de suecos), pero también que nadie —salvo casos extremos de adulación— amolda sus palabras o temás de charla para agradar al de enfrente (bien quisieran mis alumnos que lo que les contara fueran hermosas historias de fantasía). Quién quiera seguir conversando con uno, es elección personal.
Añade que, a él, lo que le gusta es escribir para las personas concretas que son sus intérpretes. Saber que tienen tales facilidades o tales idiosincrasias estilísticas le dicta derroteros que seguir.
Si hubiera añadido que a veces las ideas deben venir más que del instrumentista, del instrumento, estaría completamente de acuerdo. Y quizá, hoy más que nunca. Me encuentro escribiendo un concierto —más bien concertante— para dos guitarras y grupo de cámara severamente restringido —la obra se llamará Dúplice, y espero que se estrene en mayo—. Y me hallo con que mis lenguajes habituales, mis técnicas más queridas, no se ajustan al genio del instrumento. Noto además que dos guitarras son muchas guitarras contra sólo otros siete instrumentos —más teniendo en cuenta mi gusto por las sonoridades amplias—.
Más que nunca en muchos años estoy extrayendo ideas de los propios dedos, de buscar equilibrios de complejidad que no resultan fáciles.
Y como consecuencia, sin dejar de reconocer mi voz, me encuentro escribiendo ideas que jamás se me hubieran ocurrido, no de esa manera, en otro medio. Y hasta de ahí me ha venido la idea principal para la forma de la obra: un movimiento, llamado provisionalmente Guitarreos donde la sombra de la guitarra moldea a todo el grupo y otro en que pasará exactamente lo contrario.
Otro día os hablaré de un cierto cambio que estoy percibiendo en cómo los compositores se plantean su oficio.

Deja un comentario