Algo sobre Schönberg

Munch-el-grito Por diversas razones, que tienen que ver con cómo distribuyo a qué autores dejo fuera cada vez (una cada dos años) que hablo de autores del XX y XXI, hacía cosa de seis años que no hablaba a mis alumnos de Schönberg, ni les ponía la opus XIX.

Reescuchándola, me siento como en presencia de una vieja amiga, una vieja amante quizá. Tímida, pudorosa para mostrar el esplendor de su desnudez ante quienes quizá no sean amigos.

Siempre me da, más que miedo, pereza, hablar de la segunda escuela de Viena ante los alumnos. Son decenios de que la música española, y los conservatorios abundan en ello, consideren que fue una experiencia límite.

Mis alumnos, una vez que les explico que no siempre la música es para lograr la excitación del público ni el aplauso fácil, suelen apreciarla.
Y yo quedo siempre pensativo: sabemos que hay mil músicas, desde la que estoy nombrando a las canciones que hace uno a su amada cuyo lugar no es el voraginoso escenario concertístico. Hace falta, a veces, la intimidad, hace falta, a veces, la complicidad.

Y no lo hemos siquiera intentado solucionar.

Bien pedía Schönberg que estas piezas ni siquiera se tocasen seguidas. Pero, entonces, ¿cómo, cuando y dónde se interpretan?

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