Heinrich I. J. Weiss: apuntes para una biografía

Advertencia

El siguiente post sólo tiene finalidades humorísticas, es concretamente, la broma que reservaba para mi post 500 y que estoy publicando en el 501. Como son unas generosas 4000 palabras, quien vea que no le hace gracia a la primera, que deje de leer. Volveremos a la seriedad próximamente.

La dirección de este blog no se hace responsable de anomalía temporal alguna causada por la lectura de este documento.

;

Retrato de Heinrich Weiss

Heinrich I. J. Weiss: apuntes para una biografía

1—Introducción

 

Es sólo en tiempos recientes que historiología e historiografía se encuentran en condiciones de abordar con alguna pretensión de éxito una de las ramas menos cultivadas del estudio de estos campos: la biografía de los personajes imaginarios.

 

Propugnamos que Curro Jiménez fue el auténtico héroe de las guerras contra los franceses.

En efecto: si entendemos la Historia como un constructo narrativo, como una colección de relatos, siempre en el entendimiento de que la verdad objetiva nos va a resultar inalcanzable por venir mediatizada por la personalidad del historiador o cronista que nos esté informando de determinado hecho, queda claro que todo personaje histórico es en alguna medida ficticio. Y si los personajes históricos son parcialmente imaginarios, ¿qué puede ser más justo que revertir esa situación y conferir categoría de parcialmente históricos a los personajes de ficción? Asumida esta premisa se abre un rico campo de estudio y reflexión, que puede explicar con ventaja muchas situaciones de las consideradas tradicionalmente “históricas”. Por poner un único ejemplo: asumir la importancia histórica de los personajes inexistentes explica la resistencia española a la ocupación francesa en tiempos de Napoleón como producto de los esfuerzos del llamado Curro Jiménez, sin necesidad de largas y enojosas explicaciones económicas y sociológicas que necesitan empezar desde el motín de Aranjuez y seguir por un prolijo conjunto de hechos que necesitan ser memorizados, puestos en relación, aprehendidos y entendidos como conjunto y como individualidad. ¿Quién duda de que la explicación más sencilla debe además ser la más adecuada?

 

El bibliotecario de Ankh-Morpork

Las dificultades para el historiador, sin embargo, son patentes: ahora es necesario explorar nuevas fuentes, no siempre de fácil acceso. El autor de esta biografía desea manifestar su particular gratitud a Jorge Luis Borges, encargado de la Biblioteca de Babel y al anónimo Bibliotecario de Ankh-Morpork: el que no hayan aportado ayuda alguna no hace menos valiosa su intervención.

 

1.2.—Las fuentes

 

Entre los libros que han sido más serviciales al autor de este escrito cabe destacar Pferdschenmusik und Klassenkampf, de la afamada estudiosa Iubira die Elfte (vom Delta); Ornamentation, that is the question, del experto en Barroco Imaginario Alfonso Sebastián Alegre, Diabolical physics: the Quantum of a Hell’s Portal, de la física y exorcista Ana Hernández Iglesias, El Zen de la cocina, de Julius Fairchild, y, ante todo Cartilla Elemental de Primaria, de autores varios.

 

1.3— Dificultades intrínsecas a este tipo de estudio

 

1.3.1— Paradojas lógicas

 

El estudio y análisis de bibliografías y referencias imaginarias para llegar a una aproximación a la biografía del personaje ofrece dificultades de un tipo completamente nuevo: por ejemplo, el Zíngaro Carl Philipp, autor de estas notas, es a su vez un personaje de ficción en la abundante imaginería de Iubira die Elfte, anteriormente aludida. Pero a su vez la mentada intelectual es producto de la imaginación del propio Heinrich Weiss en el único poema que dejó de su puño y letra Iubiration exultata. Si añadimos que, al menos en cierta medida, Heinrich Weiss, por circular por estas páginas es un personaje creado por mi mente, caemos en una aparente paradoja. No nos cabe duda de que el futuro traerá un mayor grado de refinamiento a nuestras técnicas que permitirá elucidar fácilmente este tipo de cuestiones.

 

1.3.2.— Paradojas temporales

 

Probablemente el carácter irreal (el estudioso Klissing considera políticamente incorrecta esta palabra y prefiere el uso del circunloquio entidades de un tipo diferente de realidad) de este tipo de personajes hace que su anclaje temporal sea vacilante. No es extraño, por lo mismo, que un autor como Weiss, aunque ejerza la mayor parte de su carrera en el Barroco haya tenido periodos de su existencia en el Renacimiento, Clasicismo, Romanticismo y siglo XX. Una dificultad similar, pero de un orden distinto es la de que lejos de ajustarse a la historia de una de las realidades conocidas, Weiss parece haber paseado por varias historias alternativas. Así se explican, por ejemplo, su conocimiento de Star Trek, su periodo de convivencia con una hamadríade y, ante todo, las misteriosas circunstancias de su nacimiento y su muerte. Nada simplifica las cosas la conocida historia del viaje de Heinrich Weiss a las puertas del Infierno, en El Escorial, ya que la científica Ana Hernández Iglesias especula que el acceso a una dimensión distinta bien puede haber causado que nuestro personaje haya quedado incompletamente sujeto al decurso normal del tiempo, pudiendo quizá, inopinadamente, despertar de vez en cuando en épocas distintas a la que le correspondía. Una vez más sólo cabe esperar que la mejora de nuestras técnicas y un mayor acceso a fuentes por ahora vedadas (las bibliotecas de Hogwarts y Mordor insisten en impedirnos aún el acceso) logren clarificar estas aparentes inconsistencias.

 

2.— Circunstancias biográficas del personaje

 

2.1— Nacimiento e infancia

 

Cualquier biografía al uso comenzaría relatando el año y circunstancias de nacimiento del personaje estudiado. Pero nos encontramos con una dificultad especial. ¿Nacen los personajes ficticios o aparecen ya completamente creados en la mente de su autor? ¿Tienen padres, abuelos y todo tipo de ancestros, cada uno de ellos con su biografía —lo que llevaría los límites de la imaginación del autor, si debe inventar todo este detalle a extremos inconcebibles— o resulta más cómodo soslayar toda su parentela?

 

La estudiosa Iubira die Elfte, ya citada anteriormente, evita esta dificultad por medio de lo que ella denomina tataracordios, o lo que es lo mismo: antepasados que si no son reales deberían serlo. Una extensión de este concepto hace fácil entender que Heinrich Iohannes Johann Weiss (que tal era su nombre completo) era parte de la familia del gran virtuoso del laúd y amigo personal de J. S. Bach, Sylvius Leopold Weiss, lo que explicaría perfectamente la relación con la música de nuestro personaje desde la más temprana edad. De hecho, sus segundo y tercer nombre son homenaje a sus padrinos: Iohannes Brahms y John Dowland (sobre las inconsistencias temporal y geográfica véase el punto 1.3.2). Siendo así, podemos estar bastante seguros de que nació aproximadamente en 1715.

 

Sylvius Leopold Weiss, tataracordio de nuestro protagonista.

Alfonso Sebastián Alegre asevera que el apellido Weiss, cuyo traducción al castellano sería Blanco, apunta a una posible ascendencia española de nuestro objeto de estudio, que sería así descendiente de judíos conversos (el apellido Blanco era uno de los que solían usar). Una tradición familiar de uso del ladino y el castellano en su casa familiar explicaría su hábil manejo del idioma cuando en años posteriores sirvió como sochantre en El Escorial.

 

Dejemos, en todo caso, de lado la difícil cuestión del año de su nacimiento. De lo que no cabe duda es de que en fecha tan temprana como 1725 quedan crónicas de que ya manejaba con singular acierto el laúd de trece órdenes. ¿Regalo de su pariente Sylvius Leopold Weiss, como dicen algunos? ¿Abandonado en presurosa huída por uno de los amantes de Lisselotte von Bindendorf (el ama de cría de Heinrich) cuando llegó inesperadamente su marido, como apuntan otros? Nada podemos establecer al respecto. Lo que resulta en cambio indudable es que en su Catálogo de músicos ilustres el viajero Allan Mathesson afirma: «…fuera cosa de pasmo no siendo el muchacho de tan singular prosapia ver y escuchar con qué facilidad arrojaba de improviso tres y hasta cuatro voces de contrapunto sobre los corales que yo tocaba al clave. Cosa que parecía maravillosa a los ignaros, y a los entendidos, maravillosísima».

 

2.2.1— Juventud: relación con la familia Bach

 

El juego que unió a nuestro protagonista y a Carl Philip

Lamentablemente en un trabajo de esta naturaleza no podemos detenernos en las anécdotas de la infancia. Habrán así de quedar fuera el incidente de las notas hermanadas, la anécdota de la copia nocturna de partituras francesas y el singular caso del salmonete armonioso. Son sobradamente conocidas, y se relatan con todo detalle en los Apócrifos de Weiss, tan recientemente traducidos a nuestro idioma. Es en cambio de la máxima importancia que nos detengamos en los cruciales años formativos. Cabe decir que el destino del joven Heinrich cambió cuando una tarde pretendía comprar el más reciente videojuego: Harpsichord Hero. Cruelmente el vendedor le hizo saber que los táleros de los que disponía el joven no eran suficientes para adquirir el cartucho. El muchacho contenía las lágrimas, pero no tanto como para no notar que justo a su lado otro joven tenía los ojos igualmente húmedos. Uniendo sus fuerzas y sus bolsas lograron la compra del entretenimiento y cada uno halló en el otro un amigo que habría de durarle el resto de su vida. El nuevo aliado de Weiss era, ni más ni menos que Carl Philip Emanuel Bach.

 

Muchas fueron las tardes en que uno iba a casa del otro a disfrutar de su adquisición. En alguna de ellas, entre el refresco de cola y una reciente invención que era untar de mantequilla una mazorca de maíz y luego meterla al horno, debió el joven Heinrich conocer al padre de su amigo: Johann Sebastian Bach. Nada cuesta imaginar la mirada de aprobación de este último al escuchar el agradable laúd del joven, ni su complacencia al enterarse de que era pariente de su gran amigo Sylvius Leopold. Desde ese momento no se le negó al joven el acceso a ninguna partitura de la casa de los Bach, y es de creer que se beneficiara de lecciones y consejos del Kantor. Pudo ser en ser en esta época cuando se despertó en nuestro protagonista su permanente gusto por las Invenciones como forma musical. Probablemente data de esta etapa de su vida la «Invención a la manera de Carl Philip».

 

Gritt Skansen

Pero esta juventud idílica habría de durar poco tiempo: las necesidades de supervivencia indicaban que el muchacho habría de hacerse hombre. Para ganarse el sustento, dirían sus coetáneos. Para cumplir su destino, dirían sus admiradores. Más hay otras formas de hacerse hombre, y Gritt Skansen le reveló en un vecino pajar las más de ellas. Alunado, distraído, aseverante durante las breves semanas que duró su relación, sus parientes pensaban que el joven Heinrich había perdido el juicio. Ensoñando brincos, compuso en aquella época algunas de sus piezas más febriles, sólo superadas por algunas de las que escribió tras su paso por la Boca de Infierno en El Escorial. Audaces saltos de séptima se entreveraban con compartidos suspiros con Gritt. Las más osadas modulaciones se mezclaban con los más atrevidos sofaldeos, hasta el punto de que el joven Heinrich apenas distinguía entre una y otra cosa.

 

Pero quiso un destino funesto que las fiebres tercianas se llevaran a la joven Gritt por falta de unos táleros para comprar un remedio. Por más que Heinrich buscó dónde tocar y hasta quiso empeñar su laúd, no hubo forma de reunir el dinero suficiente, y hubo de ver morir a su amada. Sólo entonces la auténtica furia y sinrazón de nuestro compositor llegó a sus máximos extremos. A los meses, repuesto pero no consolado, de su pérdida, Weiss resolvió que nunca habría de faltarle dinero para médicos o cosas de gran necesidad, y en esa resolución emprendió su Wanderjahr. O, como él lo denominaba, su búsqueda de una certeza, de un sentido para su existencia.

 

2.2.2— Juventud: la Rosa de Dagas. Compañías peligrosas

 

Emprendió pues su viaje sin tener muy claro su destino. Sólo quería alejarse de la ciudad que tantos recuerdos le traía, perderse quizá en otras costumbres, otras culturas, otros brazos. Nunca quedó constancia clara de por dónde pasó. Sabemos, eso sí, de cierto, que en Italia conoció y estuvo a punto de ingresar en una sociedad secreta: los Púrpuras Profundos, que venían a ser los descendientes espirituales de los antiguos goliardos (monjes que se dedicaban sobre todo al vino y las mujeres, y a celebrar ambas cosas con poemas y canciones). No falta quien asegura que los modernos grupos de Heavy son los actuales representantes de la secta, o al menos la parte pública de ella. Y se dice también que los carbonarios italianos del siglo XIX emparentaron con la organización.

 

En su compañía Weiss conoció algunos secretos demoníacos, como la existencia continuada de los vampiros, el secreto final de la desconocida Kadath y la existencia de las puertas del Infierno. Más nos interesa saber que aprendió la música de la secta, tan parecida al Rock Duro de siglos posteriores, y que alguna muestra de este estilo queda en su obra.

 

El caso es que el Gran Maestre de la secta desconfiaba del músico. Demasiado talento como para mantenerlo en secreto. Y si el joven Weiss se hacía figura pública mantener el anonimato de la secta sería difícil. No, había que deshacerse del muchacho: sería un desperdicio de genio, pero era necesario.

 

Su ingreso final en la secta dependía de una ceremonia de iniciación. Pensó el Maestre en tenderle una trampa: el músico debería viajar por los bosques de Nápoles hasta encontrar el Anillo Único y entonces asegurarse de su destrucción. Suponía el mandatario que la no existencia en esta realidad de la preciada reliquia garantizaba que nuestro protagonista vagaría indefinidamente por los bosques napolitanos, a la sazón infestados de bandidos que más tarde o temprano habrían de acabar con él.

 

Partió pues el compositor a emprender lo que se le encargaba. Largamente erró sin encontrar su objetivo. Dormir al aire libre de forma prolongada curtió su rostro. La larga soledad sin hablar con nadie refinó su ya poderoso oído interior hasta el extremo de escuchar en su imaginación las más extensas sinfonías y sólo necesitar transcribirlas al dictado (de ahí su posterior facilidad inventiva).

 

Y fue cuando había alcanzado estas facultades cuando se vió súbitamente rodeado por un enorme grupo de bandidos. Insatisfechos al descubrir que el muchacho carecía de dinero pensaron en matarle allí mismo, pero el jefe se sintió curioso por el laúd que portaba Heinrich y le ofreció un trato: tocar toda la noche para ellos. Si ningún salteador se aburría, salvaría su vida, y hasta le darían provisiones para continuar su viaje. Poco sabía el músico que era una propuesta amañada, dado que alguno de los asaltantes era sordo.

 

Una vez en su campamento sentaron al laudista en el centro del corrillo de los malhechores. Comenzó a tocar, entendiendo por primera vez el significado de la expresión «como si le fuese la vida en ello». Al cabo de un rato, distinguió por el rabillo del ojo que un bandido caía súbitamente, al fondo de las filas delincuentes. Al cabo de un rato, otro más. Procurando no perder la atención en ningún momento, empezó a tocar sus melodías más seductoras, distrayendo al grupo de facinerosos, de los que cada poco tiempo iba cayendo uno.

 

La Rosa de Dagas. Una interpretación

Como es natural, al cabo de un tiempo un bandido se dió cuenta de que muchos de sus compañeros no dormían, sino que yacían con una daga que atravesaba su garganta. Afortunadamente para entonces ya se había despejado un pasillo hacía el bosque, por el que el Heinrich salió a toda velocidad al escuchar una voz aguda gritarle que saliera corriendo. Con su laúd como único equipaje el compositor huyó.

 

Al internarse en el bosque, tras finalmente librarse de sus captores, oyó de nuevo la voz aguda: «Buenas noches, músico», dijo una figura enmascarada, «haríais bien en escoger mejor público para vuestros conciertos».

 

Weiss, aprovechando un súbito rayo de luna se fijó en su misterioso benefactor. Y se dio cuenta de que no era benefactor en absoluto, sino benefactora. Sólo podía ser la misteriosa Rosa de Dagas.

 

La Rosa de Dagas fue un curioso personaje, una dama errante, de gran destreza con la espada y todo tipo de armas blancas. Vagaba azarosa por Europa buscando entuertos que desfacer y parejas de baile. Aunque en su momento histórico nunca se supo de su identidad, los estudiosos modernos sospechan que pudo tratarse de Doña Dolores de Pérez y Santos, dama de alcurnia y jovencísima viuda, insatisfecha con el papel de receptora de halagos vanos que le destinaba la Corte Real en España.

 

¿Qué sucedió aquella noche entre la Rosa y Heinrich? Sabemos que conversaron puesto que la Dama recomendó al músico que viajara a El Escorial y se pusiera al servicio del rey español. Sabemos que hicieron música, pues desde entonces la Rosa de Dagas solía portar un pequeño laúd llamado mandora, cuyos primeros rudimentos aprendió esa noche. Pero la gran pregunta es si bailaron: nunca jamás desde entonces pudo nuestro protagonista escuchar la palabra baile sin que se le demudara el rostro.

 

La charla con la Rosa fue fructífera. En ella descubrió el compositor que la secta era cosa de engaño y chanza, más que nada una excusa para mantener reuniones regadas con vino y servidas por abundantes mozas complacientes. Los tres o cuatro secretos que dominaban eran más bien por tener la excusa para reunirse y departir sobre ellos. Curado de su ceguera decidió pues partir para España y ponerse al servicio del rey, con la esperanza de hallar alguna paz para su turbado espíritu y regresar finalmente a su tierra natal.

 

2.2.3— El Escorial: la Boca del Infierno

 

Saltémonos las singulares anécdotas del periplo hacia España. Puede descartarse como una falsedad, o al menos una exageración, la conocida historia del duelo con Jimi Hendrix: aún estaba nuestro protagonista firmemente anclado a su época. Es igualmente poco digna de confianza la anécdota que le sitúa como compañero de viaje de un preso fugado conocido como Edmundo Dantés. Sin embargo la historia más inverosímil, la que cuenta que logró ganar su sustento durante el viaje a golpe de laúd callejero, encandilando a los oyentes y, cuando podía, a las oyentas, es completamente cierta.

 

Llega pues a El Escorial. Las direcciones facilitadas por la Rosa de Dagas le ponen fácilmente en contacto con familias de judíos conversos que, tras aconsejarle que se adiestre en el uso de vihuela y guitarra, más del gusto español, le ponen en contacto con los ministros del rey que, tras oírle, le dan de manera inmediata el puesto de sochantre en la capilla real. Si su sueldo no era alto, tampoco eran muchas sus necesidades, después de tanto tiempo vagando por los caminos. Y la casa que le concedía su puesto era adecuada a sus necesidades. Laúd, vihuela, guitarra y una pequeña espineta, amén de una mesa que le sostuviese los papeles eran todas sus apetencias. Weiss se enseña a sí mismo las peculiaridades de la música española en muy breve tiempo (de esta época debe datar su Invención a la española).

 

Lo único que inquietaba al joven músico era un presentimiento de algo ominoso cerca de la capilla. La charla con los lugareños le informó de que por aquellos parajes se suponía que estaba una de las Bocas del Infierno, y que Felipe II había construido el mamotreto para taparla. Pero algún resquicio mínimo debió quedar abierto, puesto que aún pasaban por él diablos menores, empeñados en cortar la leche a las vacas y hacer nudos e el pelo de los niños pequeños.

 

Estaba, por su relación con la secta, familiarizado con tales fuerzas. Y bien sabía que, con diablos, sólo hay una forma de tratar: hacer una apuesta contra ellos y ganarla. Privadas de la posibilidad de los vicios carnales por carecer de cuerpo, las zahurdas del infierno sólo pueden disfrutar de vicios intelectuales, tales como el juego y la vanidad, defectos estos dos últimos que iban a ser los que Heinrich explotara.

 

Tener estas intenciones es para los diablos como tener un letrero luminoso en la puerta de la propia casa: sus emanaciones les llaman desde lejos. No se extrañó pues el laudista al oír una noche golpes en su puerta y, al salir a abrir encontrar a un anciano ciego portando un arpa.

;

–«Salud, joven maestro. ¡A fe que la noche es fría!»

–«Pasad pues, buen señor, y en el nombre de la santa hospitalidad os daré cobijo y bebida que temple vuestros huesos»

–«No me place ese nombre que invocáis, pero entraré, con vuestro permiso»

 

Entró pues el anciano, sujetando la gran arpa con una firmeza que mal convenía a la avanzada edad que representaba. Además, a pesar de la venda que, como era costumbre en la época, cubría los ojos del ciego, éste comenzó a alabar la disposición de la casa, los colores armoniosos de las cortinas y la velocidad del servicio wifi de que disfrutaba el compositor.

 

–«Muy bien conocéis el entorno para ser ciego. ¿Alguien os ha descrito mi casa?“

–«No, joven Heinrich, pero mis compañeros y yo estamos muy interesados en ti, y es natural que nos hayamos informado. Por otro lado, a fuer de sincero he de decir que no soy ciego.»

–«Tal imaginé al veros lanzar al mismo centro de la diana el dardo que hallásteis posado sobre vuestra silla.»

–«Pues bien joven. Ahorremos tiempo. Estoy aquí para proponerte un trato. Cada uno ha de improvisar una fuga sobre tema que elija el otro: si lo hago mejor que tú me quedo tu casa, tu laúd y tu alma. Si me superas… ni lo digo: es completamente imposible que me superes. Mira éste será tu tema.»

 

Heinrich no podía creer que ganase una apuesta con esa facilidad, pero sabía que tratando con el diablo es menester no saltarse paso alguno. Consideró pues el tema del demonche y comenzó lentamente a desarrollar su fuga. Como no hubo testigos, podemos considerar que no hizo mal, pero es indudable que las tensiones del momento no le ayudarían.

 

Puso el trasgo cara de triunfo y le exigió que le proporcionara un tema a él, seguro de su triunfo. Weiss, que se había fijado en que el arpa demoníaca era diatónica, le propuso un tema cromático.

 

— «¡Pero mi arpa no puede tocar eso!»

 

Y empezó el espantajo a dar grandes voces, tan enormes que todos los libros de las estanterías cayeron. Aún más fuerte gritó cuando Heinrich le pidió la recompensa por su victoria. Quísole arrastrar con él a las puertas del Infierno. Más quieren las leyes de estos tratos que no se pueda hacer trampa, así que cuando el músico estaba a más de la mitad de la distancia de las calderas de Pedro Botero, una fuerza desconocida empezó a tirar de él en sentido contrario. Porfiaron el diablo y la fuerza incógnita una y otra vez. Pero el ser humano no está hecho a tan grandes dosis de fuerzas místicas, y Heinrich se fue transformando en gallo, en un tratado de hermenéutica, en doce caballos mecánicos, en sístole, en metáfora desaforada… Sólo al cabo de ardua lucha el cuerpo original de Heinrich volvió a El Escorial. Al descubrir allí a una partida de turistas japoneses tomándole fotos con cámaras digitales se dio cuenta de que su paseo infernal le había dado poderes sobre el tiempo y el espacio (no lo comprendió del todo hasta que topó, en una cabina telefónica, con el Doctor Who, que se lo explicó cumplidamente).

 

2.2.4— El resto de su vida: la incógnita

;

Al cabo de una espacio de tiempo, aprendió con un esfuerzo de voluntad a trasladarse a la época que le apeteciera, si bien a menudo el inconsciente le hacía aparecer en épocas imprevistas. Sabemos que morirá en el siglo XXI. Conocemos que ha estado en clasicismo, romanticismo y siglo XX. Pero ignoramos si ha sobrepasado en sus visitas el siglo actual, y cabe pensar, que, como buen viajero del tiempo puede que aún le queden hazañas que realizar. Sólo sabemos de cierto que proyecta volver a los años en que era mozo, conocer a Gritt Skansen unos años antes de que ella le iniciara en las artes amatorias y ser a su vez su maestro. Y proporcionarle unos años de felicidad, antes de dejarla para que ella pueda encapricharse del joven laudista de la puerta de al lado. Si posteriores estudios nos descubren más, haré por comunicarlo.

Deja un comentario