El libro de los cursillos

Fue un cursillo en que me dejé, con gusto, la piel. Compré partituras en Inglaterra y las estudié a lo loco. Logré un rarísimo libro que me trajeron de Israel sobre «El Martillo sin Dueño», de Boulez. Libro que, por cierto, me hizo llegar a dudar de mis capacidades analíticas hasta que descubrí que debía asumir que estaba MAL traducido al inglés, momento en que todo cobró sentido. En momentos en que ciertamente no había la facilidad informática de hoy en día, escaneé, programé, busqué recursos informáticos —para jovenzuelos: los CDs interactivos aún eran novedosos, así que ni os que cuento lo que era para un músico programarlos; y he dicho CDs, no DVDs—… Como tengo por costumbre puse sobre la mesa las dos docenas largas de libros que me habían sido más útiles, así como cosa de sesenta partituras y el mismo número de CDs —estoy casi seguro que aún no se había inventado el mp3—. Me gusta que la gente cotilleé, fisgue y tome referencias. Acabado el cursillo se me acerca determinado profe de mi especialidad, y me dice. «Oye, ¿de qué libro has sacado el cursillo?, ¿está en español?

Un grupo de alumnos con los que entonces tenía mucha relación acabaron hablando de «El libro de los cursillos», cada vez que había algún trabajo de mucho esfuerzo.

Deja un comentario